A río revuelto

11/01/2013 - 00:00 José Serrano Belinchón


 
 La sinrazón, es decir, aquello que por simple sentido común la recta razón rechaza, encuentra su caldo de cultivo para desarrollarse cuando la sociedad apunta señales palpables de putrefacción, de desmadre, de manifiesta debilidad, o como le queramos llamar al fenómeno social que estamos viviendo en el mundo civilizado (sí; he dicho civilizado), donde la justicia como virtud en la conducta de muchos ciudadanos, y lo que es peor, en las más altas instituciones que por definición deberían servir como modelo, brilla por su ausencia. La falta de valores positivos se ha convertido en una lacra que va corroyendo, poco a poco, las bases sobre las que se apoyan las más elementales normas de convivencia y, por tanto, también de progreso. Sólo es preciso abrir los ojos al vivir diario más próximo a nosotros para darse cuenta de que esto es así.
 
  Durante la última semana hemos tenido noticia, entre otros más, de dos acontecimientos que, cuando menos, provocan el comentario de protesta de quienes nos negamos a admitir como claro lo que es oscuro, a aceptar como justo lo que no lo es, aunque esté considerado legítimo y amparado por la legislación vigente. Con ello me refiero al desalojo a la fuerza de un grupo de cuarenta personas en una sucursal del BBVA de Guadalajara, en un intento de buscar solución con su encierro voluntario al problema vital de una mujer de 75 años, a la que quieren desahuciar de su vivienda por el horrible crimen de haber avalado a su hijo en situación de apremiante necesidad. Y es que estamos en lo de siempre: cuando al poderoso le apoya la ley -que es casi siempre- al resto de los mortales sólo nos queda como recurso el resistir, aunque sea viviendo a la intemperie, como se pretende enviar a esta pobre mujer.
 
  Por otra parte he leído, no con sorpresa, que el rector de la Universidad Complutense, Sr. Carrillo, quiere clausurar las capillas religiosas de la Universidad, o lo que es lo mismo, “ilegalizar las creencias de una parte del alumnado de la universidad, soñando seguramente con ilegalizar algún día a buena parte de la sociedad española, aquella que profesa una religión, con lo que el rector se sitúa en vanguardia de la intolerancia religiosa.”
 
  Pues muy bien, Sr. Rector: democracia, libertad, comprensión, son valores que no dudo usted lleva en la sangre… ¿A qué viene ahora ese ataque, por ser vos quien sois, a meterse en asunto tan delicado? ¿A intentar impedir, por razón de su cargo, el más inviolable de los derechos del hombre: el derecho a la libertad de pensamiento y de conciencia? Dejemos la cosa estar, y preocúpese, como todos nos preocupamos, de que la Universidad española se encuentre, si no es mucho pedir, en el ranking de las diez, o de las veinte más prestigiosas del mundo.