A un león le faltan huevos

26/10/2018 - 19:40 Emilio Fernández Galiano

Alguien descubrió que uno no de los leones de la puerta del Congreso no tiene huevos, así es, incluso un canal de TV se comprometió a ponérselos. Luego vinieron los de la igualdad.

Allá, en la andanada, don Manuel se desabrochaba los botones de su camisa dejando al aire su generoso abdomen: “¡Disparen, disparen!; “¡Mirusted”, no estoy dispuesto a tolerar que un cuerpo tan digno como el de la Guardia Civil retenga como a delincuentes a compañeros  honrados de esta cámara! ¡Hay que decirlo!” Incluía a Carrillo. Horas antes, Adolfo Suárez y Manuel Gutiérrez Mellado habían honrado al Palacio de la Carrera de San Jerónimo como ningún político antes desde su construcción, cuando se reformó el antiguo convento del Espíritu Santo para convertirlo en lo que entonces se denominó Palacio de las Cortes. Por orden de Isabel II. Corría el de 1850.

Aquí, en el Madrid más real, luce el Congreso su pasado presidido por sus imponentes  leones, que a la tercera fueron a la vencida pues los dos experimentos anteriores, uno en yeso y otro en piedra, fracasaron.  Hasta que el escultor Ponciano Ponzano los elaboró utilizando el bronce de los cañones marroquíes confiscados en una batalla contra el moro. En un principio se les denominó Daoiz y Velarde, héroes del dos de mayo. 

Alguien descubrió que uno no tiene huevos, así es, e incluso un Canal de TV se comprometió a ponérselos sufragando el coste. Luego, ahora, vinieron los de la igualdad y que, venga, que lo quiten y que pongan una leona. Tal y como les cuento. Que tiren las pirámides como venganza al esclavismo. Menos mal que un clásico ha aclarado que, efectivamente, son león y leona, ambas con melenas, en homenaje al mito clásico de Hipómenes y Atalanta. ¡Lo que cuesta y lo culto que hay que ser para rebatir la estulticia!

Allí, por la entrada de Floridablanca, Pavía no tuvo los mismos para entrar a caballo, mal que se brinde por lo contrario. Canovas, Sagasta o Romanones convertían el templo en catedral política. Gil Robles, tras recibir la acusación de un diputado de llevar los calzoncillos de seda, se lamentó de que la señora del interpelante fuera tan indiscreta. Un diputado republicano propuso suprimir los derechos reales por ser monárquicos –siempre ha habido idiotas, hay que advertirlo-.  Calvo Sotelo, en un encendido discurso, preconizó su asesinato. Azaña, el verrugas, desplegaba su imponente oratoria y Niceto Alcalá Zamora le acusaba de “golpe de Estado” parlamentario -qué cosas-.

Sospecho que antes ese parlamentaba más y se leía menos. Y no hay que escandalizarse porque desde la tribuna se diga lo que se piensa o se retome nuestro pasado. En cualquier caso, el hemiciclo, presidido por dos bellísimas esculturas de Isabel y Fernando el Católico, cautiva al que lo pisa y le sumerge en la reflexión del tiempo, de nuestro pasado, presente y futuro. Y tengo que leer al frívolo Peñafiel en una entrevista en la que asegura que España no es un país monárquico. Presumido don Jaime, tire de Historia, cinco siglos de Estado –el más antiguo de Europa- y salvo unos pocos años de república y otros de franquismo, en los que vivió tan ricamente,  el resto es la historia de nuestra monarquía. Un poco de rigor. O visite el Congreso de los Diputados. Y descubra quién ordenó su construcción. Y mire si uno de los leones tiene huevos.