A vueltas con la Fiesta Nacional
04/10/2013 - 00:00
Durante los últimos días ha vuelto a ser noticia la fiesta de los toros en el viejo sentido de los que son partidarios de la misma y de los que no lo son. Es lo nuestro, la diversidad de opiniones y gustos, siempre buena y respetable, pero cosa distinta de la contradicción y del mero enfrentamiento, tenga mayor o menor importancia el asunto puesto sobre la mesa. La cosa es poner a punto de hervir el temperamento patrio y dejar en evidencia a la otra parte por el simple placer de oponerse, que es de lo que se trata. Con la oposición de quienes piensan de manera diferente, la Fiesta Nacional pasará a ser Patrimonio Cultural Inmaterial de España, es decir, tendrá carta de naturaleza. Salvo mejor opinión la cosa tiene su porqué, más cuando hay regiones en donde está prohibida, sin considerar que también es base de su propia cultura y que sus aficionados no lo son menos que los del resto de España. La importancia de la Fiesta de los Toros ha calado a fondo en nuestra cultura y en las artes desde tiempo inmemorial.
En la Literatura tiene su espacio propio, y en la Pintura, y en la Música. La afición a la Fiesta se extiende a una buena parte de la población en las diferentes autonomías del país, a unas con mayor y a otras con menor nómina de incondicionales. Los detractores, en comparación con los aficionados son un número exiguo, si bien sus argumentos, que muchos intentamos comprender, se hacen notar como digno contrapeso en el mundillo de los toros. Hay políticos que por otras razones se enfrentan a sus existencia y práctica, mientras que otros la defienden a estoque y muleta (a capa y espada quiero decir), con unos intereses tampoco demasiado claros. No me considero un forofo de la Fiesta de los Toros, porque no lo soy; sí un taurófilo de medio pelo por lo que el espectáculo tiene de arte, de destreza y de valor, siempre que se den los tres ingredientes, lo que por hache o por be es algo que casi nunca ocurre. No obstante, quiero denunciar frente al esplendor en sí de las corridas de toros, el lamentable espectáculo que supuso la actuación de El Pana -auténtica bufonada sin un mínimo de gracia que lo justifique- durante las pasadas ferias de San Julián en la plaza de Cuenca; y no menos la situación creada en el coso de Guadalajara el último día de ferias con el primer toro de Finito de Córdoba que se negó a morir, arrastrando toda una secuela de indignación, casi de angustia, como la que se produjo, tan singular y tan poco taurina. Para mayor oprobio, ambas corridas se ofrecieron al respetable por televisión. Lo de Cuenca era previsible, lo de Guadalajara no; pero dejó en el fondo una desagradable sensación de de eventualidad, de desamparo ante lo imprevisto, en un quehacer de siglos regido por un reglamento, donde todo debería estar atado y bien atado para que tales cosas no ocurran.