Académicos y políticos

29/10/2018 - 12:00 Jesús Fernández

 La igualdad atañe a la información pero no a la capacidad y mucho menos al mérito, al esfuerzo, a la constancia, a la experiencia adquirida mediante el trabajo.

Con demasiada frecuencia tenemos la impresión de que no sabemos la cantidad de gente normal y corriente, de ciudadanos, que podrían presidir las academias, dirigir universidades, llevar un ministerio, administrar  un hospital, presidir una audiencia, realizar una operación   o diseñar una obra pública. Todo esto dicho simbólicamente, irónicamente, políticamente. Muchos creen que la democracia consiste en que todos valemos para todo. Ella ha terminado con los perfiles personales y con la especialización o lo que se entiende por preparación. Ya no hay profesiones. Todos somos especialistas  de la soberanía y de la democracia. Todos somos comunes. Aunque está escrito en la Constitución que en la gestión de los asuntos públicos (dinero público) hay que aplicar  los  principios de igualdad, capacidad y mérito, no se respeta ninguno. En la igualdad, cuánta información se sustrae al simple ciudadano (que no es igual que ciudadano simple). Internet ha venido a destruir las barreras de información para todos sobre la convocatoria de determinados puestos, cátedras, plazas, oposiciones, concursos, solicitudes, ayudas, destinos, becas. Antes solo tenían acceso a determinadas informaciones (que no eran públicas) unos cuantos que estaban en la pomada, en el círculo, despacho o mafia que rodeaba al jefe. O se recurría al dedo y se  diseñaban los puestos a la medida del patrocinado como candidato. No había neutralidad sino endogamia.

Se confunde capacidad con mérito. La igualdad atañe a la información pero no a la capacidad y mucho menos al mérito, al esfuerzo, a la constancia, a la experiencia adquirida mediante el trabajo. Ahora, cualquier ciudadano sirve para cualquier puesto con tal de que sea elegido por aquel que le protege. Y el proceso se reviste de comisiones, de reuniones de trabajo de los  técnicos. Se ha implantado la diferencia entre nivel o informe técnico de la decisión política. ¡Ay de los técnicos que no obedezcan previamente a los políticos! No sirven los letrados. Unos emiten el informe técnico pero como no es vinculante, el político favorece a quien quiere o defiende sus intereses. ¡Cuántas decisiones de comisiones y jurados se toman en torno a una mesa de cualquier restaurante llena de viandas generosas y bebidas espumosas! 

Y así llegamos a la llamada Comisión de la verdad. Ahora la verdad, los hechos, la historia se  decide en una comisión de la verdad, en una votación. Se reescribe lo sucedido y se cambia la narración antes de cambiarse a la realidad. La verdad viene de los políticos metidos a académicos cuando creíamos que eran dos parcelas distintas. Los políticos dominan el lenguaje, imponen sus reglas y sentido. Los académicos sobran. Los intelectuales, los informadores, si no se doblegan a las exigencias de los políticos, se inmolan. Nadie quiere ser mártir de la causa que es la democracia, la libertad. Hay que ir a la plaza todos los días y pagar la hipoteca. Los principios se cambian, la cuenta corriente no. Lo más corriente es cambiar de principios. En el principio existían los políticos, después la nada y luego, los ciudadanos.