Actas y actos
01/04/2011 - 00:00
El caso Faisán, ese que debería quitarle el sueño al ministro Rubalcaba, por mucho que disimule entonando 'La canción del verano', se está convirtiendo en el talón de Aquiles de Zapatero. Leer por fascículos las actas de ETA durante la negociación produce vomiteras democráticas, náuseas al Estado de derecho y vergüenza e indignación a los ciudadanos. Es verdad que en la lucha antiterrorista -y más en las conversaciones con los asesinos- se tiene que jugar de farol, pero si los negociadores son hábiles siempre hay líneas rojas que no convienen, no ya pisar, sino ni siquiera tocar. El argumento de que nadie puede dar crédito a la palabra de un terrorista puede ser cierto, pero también lo es que ha sido el propio Rubalcaba quien ha dicho muchas veces que ETA extorsiona, amenaza, secuestra, asesina pero no miente, por lo que no se puede sostener una cosa y la contraria. Dice el ministro que se siente orgulloso del proceso de negociación con ETA porque eso contribuyó a debilitar a la banda y evitar que se rearmara.
Es verdad que no se ha bajado la guardia policial y que los éxitos en número de detenciones han sido numerosos, pero no es menos cierto que a la debilidad de la banda han contribuido otros muchos factores, como la cooperación internacional, la unidad de los demócratas, etc. Eso es una cosa y otra muy distinta ver negro sobre blanco en algunas cesiones intolerables que nunca se deberían haber tolerado. Constatar que los representantes del Gobierno ofrecieron a ETA reanudar la negociación política tras el atentado de la T4 -"el acuerdo político es posible y la disposición del Gobierno favorable"- afirmaron, es un hachazo a la credibilidad del presidente -que mintió al respecto- sino la demostración de que "todo vale" y de que "el fin justifica los medios", lo cual pone los pelos de punta. Sobre todo porque la historia nos ha enseñado que los atajos en este asunto trae nefastas consecuencias. En las actas hemos visto reflejado que se admitía poner en cuestión el tema de Navarra, la legalización de Batasuna y hasta la reforma de leyes penales.
Se dice que el Gobierno se comprometía a no practicar detenciones y el Faisán es la prueba palpable de que se cumplió. El problema no son las actas, sino los actos, y estos constatan que lo que se prometía se cumplía, al menos en una parte, lo cual es mucho. El Gobierno puede decir que todo lo dicho era un engaño para llevar al huerto a los terroristas, que las palabras se las lleva el viento, incluso escudarse en que también durante la etapa de Aznar se hizo algo similar, cosa que no es cierta, se mire por donde se mire. En 1998 los enviados de Aznar llegaron a decir que no iban "a la derrota de ETA", pero eso se quedó en una mera declaración de intenciones, ya que tras su primer contacto en Suiza no hubo más. Los ciudadanos supimos de ese encuentro, se nos dijo claramente lo tratado. Con Zapatero las negociaciones duraron dos años y se mantuvieron después de un atentado que debería haber hecho saltar por los aires la más mínima aproximación. Lo importante no son las actas, son los actos, y estos apestan.
El caso De Juana Chaos es casi de libro. Según consta en las actas el Gobierno se comprometió a darle la libertad condicional, a su rehabilitación en un hospital y a mantener su libertad en secreto. Los actos fueron que después de sus huelgas de hambre imaginarias, en marzo de 2007 el juez de vigilancia penitenciaria concedió al etarra el 2º grado, el Gobierno le trasladó al hospital Donostia de San Sebastián y poco después salió en libertad. Las actas, no los actos, y los actos, desgraciadamente corroboran mucho de lo que aparece en las actas. Leer todo esto y ver todo esto con la distancia en el tiempo de lo que ocurrió después es repugnante y abochorna a cualquier demócrata esté donde esté situado ideológicamente. Las actas, no...los actos. .
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