Adiós al efectivo
Parece que el pago en metálico ya solo es importante para pequeñas transacciones, en las áreas rurales, para personas mayores, y como respaldo ante fallos tecnológicos o ciberataques.
La pandemia enseñó a la sociedad a lavarse las manos, a amasar pan, a trabajar desde casa... y a usar menos dinero en efectivo. Hasta el punto de que algunos sabihondos aventuran que el físico parné (término de origen caló) desaparecerá.
Se basan en que, según recientes estudios, siete de cada diez españoles ya paga sin contacto, con tarjeta, ordenador o móvil. Consideran que, además de práctico, es más higiénico y respetuoso con el medioambiente.
Parece que el pago en metálico ya solo es importante para pequeñas transacciones, en las áreas rurales, para personas mayores, y como respaldo ante fallos tecnológicos o ciberataques.
Apoquinar una compra o deuda “a tocateja”, como se decía antes, es decir, sin dilación, de manera contante y sonante, tiene los días contados. Cuentan que la expresión proviene de una moneda de oro de gran tamaño, llamada centén, acuñada por Felipe III que valía 100 escudos, popularmente conocida como tejo y luego como teja.
La monedas son objetos innatos a la civilización. Las primeras se inventaron en el siglo VII antes de Cristo. Llegarían a España de la mano de los griegos y no nos han abandonado nunca. Incluso se ha creado una industria auxiliar, la numismática.
En nuestros pueblos antes se prefería el uso del plural, dineros en lugar de dinero (del denario romano). Para la RAE, que recoge veinte sinónimos, las dos formas son válidas. Aconseja el plural si buscamos una forma más expresiva (“Hizo sus buenos dineros en Zaragoza”).
Da pena y reparo un futuro sin plata, como dicen en Hispanoamérica. Bien mirado, en los años sesenta en la tienda de la tía Eugenia de mi pueblo se podía pagar con huevos. Su valor, antes del desarrollo de la avicultura, era tal que una docena se intercambiaba por un kilo de chuletas. Había demasiada perra gorda miserable.