Adiós, Peter Pan
Me ha extrañado que la factoría Disney pusiera una alerta de racismo en Peter Pan, el niño más estudiado por los psicólogos. Quizá el racismo esté en los ojos de quien mira.
os niños son personas pequeñas y muy listas desde su nacimiento, porque la naturaleza les ha regalado una única y magnífica oportunidad de aprender a velocidades increíbles durante los primeros años de su vida. Su inteligencia es tal, que podrían hablar en muy pocos años dos o tres idiomas sin mezclar nunca las palabras, pero ignoran en esta etapa lo que es el miedo. Por eso los padres de cada generación han tratado de vacunarnos contra la maldad, y quizá se han pasado un poco, asustándonos con el coco, el ogro, las brujas, las madrastras, los vampiros y los monstruos y utilizando al pobre Pulgarcito y sus hermanitos, abandonados en el bosque por sus propios padres, o a los siete corderitos engullidos por un lobo, abominables sucesos, solo para que cruzásemos la calle con cuidado.
No fue fácil ser niños confiados con tanto villano al acecho, hasta que Walt Disney nos proporcionó una versión alegre de los cuentos más siniestros. Vimos cantar a Blanca Nieves rodeada de pájaros y custodiada por enanitos, quedamos atónitos con Cenicienta, asistida por las hadas, tuneando ratones y calabazas para ir al baile en carroza. Lloramos a Bambi huérfano, pero pronto fue acogido por sus amigos hasta ser un ciervo de bien. Conocimos a Micky Mouse, al Pato Donal, a Pluto y a Goofy, amables seres de distintas razas que hicieron de nuestra infancia un paraíso luminoso sembrado de canciones, en el que todos éramos felices, menos unos malvados bien identificados, que daban mal rollo y, a veces, más risa que miedo.
Mi preferida fue siempre Peter Pan, el niño rebelde que no quiso crecer. Él nos llevó por el cielo de Londres al País de Nunca Jamás, con Wendy y sus hermanos, donde estaban los Niños Perdidos, el Capitán Garfio y sus piratas, que eran unos bribones bastante graciosos. Lloré con la traición de Campanilla por los malditos celos. Peter Pan nos dio mucho que pensar, tenía un poso triste, en su mundo ideal había que elegir y renunciar.
Pero me ha extrañado que la Factoría Disney pusiera una alerta de racismo en Peter Pan, el niño más estudiado por los psicólogos. Cuando volví a ver la película con mis hijos y, pasados los años, con mis nietos, no vi rastros de racismo por el color de los indios. Los indios tienen la piel roja, los negros oscura y los orientales tienen los ojos achinados. Quizá el racismo esté en los ojos y en la intención de quién mira, pero nunca en los niños, que tanto agradecimos que Disney iluminase tan maravillosamente el tenebroso mundo infantil. Yo confieso mi amor por Peter Pan y lo mucho que estoy tardando en poder decirle adiós.
Y me pregunto en qué mundo tan difícil, tan cursi, tan menoscabado por la censura vivimos hoy. En esta vida real que actualmente sufrimos, los malos son la pandemia, la manipulación, la mentira, la ambición y el crimen. Y todo lo demás es gana de embarullar.