Adviento y alegría

12/12/2010 - 00:00 José Sánchez González

Este tercer domingo de Adviento se denomina “Gaudete”, es decir “Alegraos, regocijaos” expresión tomada de la Carta de San Pablo a los Filipenses. Ante la cercanía de la Navidad, la Iglesia nos invita a vivir anticipadamente la alegría y el gozo que nos trae el Señor, que viene a salvarnos. Los profetas del Antiguo Testamento, sobre todo Isaías, nos preparan con sus palabras proféticas al pueblo de Israel de ánimo, de alegría y gozo anticipados ante la perspectiva de su liberación y por la vuelta del destierro a su patria, a sus casas, a sus tierras y a su templo. Se acercaba su liberación. Hasta la naturaleza parecía que se alegraba y se volvía de hostil en amiga. Se reconciliaban los pueblos enemigos y Dios manifestaba su presencia amorosa con su pueblo. Todo esto se realizó con la Venida de Hijo de Dios hecho hombre al mundo, que nació, como uno de nosotros, en Belén y, después de redimirnos y salvarnos, glorificado junto al Padre para siempre, sigue presente en medio de nosotros y volverá con poder para nuestra glorificación definitiva. El mismo Jesús, respondiendo a los mensajeros que le envió Juan el Bautista, y en otras ocasiones, cifró su misión en el cumplimiento de la profecía de Isaías: “Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”. ¿Cómo no alegrarnos ante este acontecimiento de la Venida de nuestro Salvador y, por lo mismo, de nuestra salvación? La sola celebración de este acontecimiento sería motivo suficiente para alegrarnos, lo mismo que ante la celebración de acontecimientos del pasado, como puede ser un cumpleaños. Pero la celebración del Nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, no lo es sólo de un hecho del pasado. Lo que sucedió entonces, liberación y salvación, sucede también hoy en los que creemos en nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Por eso nos alegramos. Nos alegramos y regocijamos también ante la futura y definitiva venida de nuestro Señor y Salvador, Juez justo que establecerá la definitiva justicia. Él mismo nos invita a levantar nuestras cabezas y a alegrarnos, porque se acerca nuestra liberación. San Pablo nos invita también a estar alegres, a estar siempre alegres en el Señor, porque nuestra salvación definitiva está cada día más cerca. Esta alegría nada tiene que ver con la que nace de otras causas internas o externas, ni siquiera se identifica, auque sea compatible, con otro tipo de alegrías, también legítimas. Así las cosas, podemos preguntarnos: ¿En qué cosas y en que modos ciframos nuestra alegría en Navidad? ¿En que nos toque “el Gordo” de la Lotería? ¿En los regalos? ¿En la buena mesa? ¿En las vacaciones? ¿Sólo en el encuentro con la familia, en el merecido descanso y en el ambiente navideño de luces y música? ¿O verdaderamente nos alegramos de que el Señor haya venido para salvarnos, de que siga presente en medio de nosotros para nuestro consuelo y ayuda y de que un día vuelva para nuestra bienaventuranza definitiva? Esta auténtica alegría, propia de la Navidad, no lo sería si no fuera alegría compartida. De ahí que el mensaje de la Navidad, para la que nos preparamos y de la que nos alegramos, tenga como fruto y como consecuencia el llevar la alegría, de palabra y con obras, a quienes carecen de ella a causa de su soledad, de su sufrimiento o de sus carencias. Navidad, fiesta de la alegría, es también la fiesta del amor cristiano. . .