Agricultores escamadicos
Es asomarse las elecciones y los políticos ponerse manos a la obra desde pantallas, oficinas y mercadillos en busca del disputado voto de los señores Cayos actuales de la España abandonada. Y más cuando la agricultura depende en gran medida de las políticas comunitarias.
En tiempos de Delibes del cortejo se encargaban políticos encorbatados pero algo más cercanos. Algunos venían entrenados del famoso tercio familiar (no confundir, jóvenes, con los de Flandes). Valía con repetir mucho en los mítines desarrollo, infraestructuras, nuevos tiempos, compañeros, comisiones paritarias, subvenciones y democracia participativa.
La gente desconfiaba pero se mostraba más contenta. Quizá porque, como advierte la médico y catedrática murciana Trinidad Herrero, barruntaban que enfadarse, como fumar, perjudica seriamente la salud: aumenta el ritmo cardíaco, la presión sanguínea y el riesgo de infarto. El franquismo lo potenció en tiempos de Fraga con una campaña televisiva bajo el lema “vaya alegre por la vida”, menos acertada que Spain is different.
Los hombres y mujeres del campo son cada vez menos, pero más rebotados, escamadicos y cabreados con los que se postulan para representarlos en el Parlamento Europeo con un sueldo de 15.000 euros mensuales y medio año de vacaciones.
Los agricultores, como demostraron con sus tractoradas, están hartos de las rígidas normas agrarias, la subida de combustibles y electricidad, la exigencia de unos precios mínimos ruinosos, la falta de ayudas y la competencia desleal de otros lugares del mundo. Y de que les den largas con embustes.
Dicen algunos tertuliantes, en estas semanas con lo del fango siempre en la boca, que este malestar ha adquirido un malvado componente político, que será aprovechado por los partidos de extrema derecha.
Las encuestas los presentan como favoritos en nueve países y como segunda y tercera fuerza en otros nueve, incluidos Alemania y España. Muchos votarán lo mismo de siempre.