Al filo de la verdad

16/03/2011 - 00:00 Julia Navarro

Si en las guerras la primera víctima es la verdad, va camino de suceder lo mismo ante una catástrofe como la que ha provocado el tsunami en Japón. Y es que el mundo entero contiene la respiración ante lo que está pasando y puede llegar a pasar en la central nuclear de Fukushima, pero las informaciones que vamos conociendo nos las suministran con cuentagotas. No es que el Gobierno japonés mienta, como sospechan algunos, simplemente es que dosifican la información seguramente con el afán de no alarmar más a la ya conmocionada población. A eso hay que añadir que el Gobierno japonés tiene la información que a su vez le suministra la empresa propietaria de Fukushima.
   El caso es que estos días hemos podido leer en los periódicos que en Japón ha habido antes de ahora algún "incidente" en centrales nucleares y que las empresas propietarias no informaron en su momento de esos incidentes. Pero más que mirar al pasado, si nos plantamos en el presente nos encontramos con la fuerza arrolladora del lobby pro energía nuclear dispuesto a negar lo evidente, que lo que está pasando en Fukushima es muy grave y que es difícil prever lo que puede pasar. Por eso, ver y escuchar en nuestras televisiones a "expertos" en energía nuclear, la mayoría pertenecientes a plantillas de empresas de energía nuclear, asegurando con gran desparpajo que no hay una situación de peligro en Japón, a mí, por lo menos, me alarma.
   Tratan de convencernos de que la energía nuclear no es peligrosa, y mienten, porque es evidente que lo es. Un accidente nuclear tiene unas consecuencias terribles, mucho más que un accidente con cualquier otra fuente de energía. Conocer esos peligros no significa tener que rechazar a priori el uso de la energía nuclear, pero sí exigir que se informe adecuadamente a los ciudadanos de los pros y los contras, y entre los pros ya sabemos que es una energía más barata, pero entre los contras está en que es una energía más peligrosa y sobre todo finita, a los cuarenta años de vida a las centrales nucleares hay que jubilarlas y sobre todo el gran problema es qué hacer con los residuos radiactivos. Lo peor es que el lobby pro energía nuclear juega con la siguiente ecuación: o energía nuclear o los ciudadanos tendrán que pagar más en el recibo de la luz y además no habrá progreso. Y esto, naturalmente, es una gran mentira. De manera que ahora mismo la única verdad es que no sabemos cómo va terminar la tragedia que se está librando en la central de Fukushima, que ¡ojalá! los técnicos puedan controlar lo que algunos suavemente llaman "incidentes", pero que si no es así, simplemente no sabemos qué puede pasar y tendremos que ir viéndolo en el día a día.
   Les hablaba de la verdad como víctima en esta catástrofe, y es que resulta sorprendente como las autoridades niponas han decidido que los medios no tengan acceso a las imágenes de las víctimas mortales de la catástrofe. Verán, yo no soy partidaria de que las televisiones se regodeen en imágenes terribles que no respeten la dignidad de las víctimas, pero tampoco soy partidaria de ocultarlas. Entre lo escabroso y la verdad hay un terreno que es el de informar responsablemente de lo que pasa. En los últimos conflictos bélicos en los que ha estado inmerso Estados Unidos, este país decidió prohibir las imágenes de los soldados norteamericanos caídos en combate. Si no hay imágenes de muertos es como si no existieran, de manera que los norteamericanos pueden seguir cenando tranquilamente a la hora de los informativos de televisión.
   Y esa censura se ha impuesto y lo que es peor la van copiando el resto de los países, conscientes los gobiernos de que sus opiniones públicas no están por la labor de que sus hijos mueran en no se sabe qué guerras ni por qué intereses. Y en Japón, aunque la catástrofe ha sido provocada por el terremoto y el tsunami, está sucediendo lo mismo: los periodistas no pueden dar fe de las víctimas, simplemente se sabe que las hay, pero no se ven. En fin, son reflexiones provocadas por el drama que se está viviendo en Japón y con el que todos nos sentimos solidarios, entre otras cosas por ese horror que sentimos ante el peligro nuclear, porque todos, íntimamente, sabemos que algún día ese puede ser el final de la Humanidad.