Al margen

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

Por: Redacción
LA ventana
RAFAEL TORRES, periodista
“Es como si los curas pudieran cambiar de dios según la dirección y la fuerza de los vientos teológicos”.
En una sociedad hiperjudicializada como la nuestra, la Administración de Justicia lo es todo, y así va todo. Ahora bien; quien dice Justicia, o Administración de Justicia, dice Jueces, es decir, individuos que pese al carácter sacerdotal del que se pretende revestirles, o por eso mismo, no son sino intérpretes, según su particular talante, humor, crianza, inclinaciones, ideología o entendederas, de las leyes vigentes, y que por vigentes hoy, por cierto, pueden dejar de serlo mañana en beneficio de otras nuevas o contradictorias sin que ellos dejen de ser jueces.

Es como si los curas pudieran cambiar de dios según la dirección y la fuerza de los vientos teológicos, pero lo de los jueces es, si cabe, más peregrino: al ser elegidos los miembros del Consejo General del Poder Judicial, el Sandrín o Vaticano del ramo, por los partidos, los jueces ya llegan creyendo en dioses distintos, en justicias distintas, si bien, por el sectarismo que preside su elección y por lo lejos que queda ésta de la designación popular directa, no siempre, por no decir rara vez, coinciden ninguna de esas justicias con la unívoca que necesitaría la sociedad: equitativa, diligente, insobornable, minuciosa, clemente con los débiles, severa con los poderosos y ejemplar con los canallas.

Cuando todo lo consuetudinario, desde los desencuentros conyugales al contendido de los artículos de opinión, desde los insultos que se cruzan las rabaneras del mundo “rosa” hasta la relación de los vecinos con sus ayuntamientos, pasa por los juzgados, esperando de ellos la resolución que ni la política, ni la educación, ni la urbanidad, ni el sentido común de que carecemos debieran dictar, la Justicia, es decir, los Jueces, lo son todo, y de ahí la formidable pugna por hacerse con su control, requisito indispensable para el control completo de la sociedad. Creado en 1978 el Consejo General del Poder Judicial, la institución consagra, en pocas palabras, la partitocracia que impuso aquella mal llamada, por apócrifa e interminable, Transición.