Aliados


La violencia de género ha sido una constante en la humanidad desde hace milenios. En el último tercio del siglo XIX comienza a apuntarse a la prostitución y a la violencia en el noviazgo y el matrimonio como situaciones que atentaban contra la dignidad de la mujer.

El 25 de noviembre, como todos los años desde 1999, conmemoraremos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, uno de los problemas más graves a los que se enfrentan las sociedades actuales. Bueno, permítanme la precisión: las sociedades actuales y las pasadas.

La violencia ejercida específicamente sobre las mujeres, y de la que también son víctimas directas sus criaturas, no es un invento de la postmodernidad y del globalismo, como pretenden que creamos los negacionistas que tanto abundan sobre esta cuestión u otros temas apremiantes de nuestro tiempo (pandemia, cambio climático, etc.).

La violencia de género ha sido una constante en la humanidad desde hace milenios, que se dice pronto. En el último tercio del siglo XIX y primero del XX, coincidiendo con el desarrollo del feminismo sufragista en el seno de las democracias liberales, comienza a apuntarse a la prostitución y la violencia en el noviazgo y el matrimonio como situaciones que atentaban directamente contra la dignidad de las féminas y que debían ser combatidas.

Aguafuerte. No quieren de Francisco de Goya y Lucientes (1810-1815), Representa el intento de violación de una mujer por parte de un soldado francés. Fuente: Museo del Prado. 

En la prensa de esa época queda reflejada la alarma social por lo que entonces se solían llamar «crímenes pasionales», un término acuñado no con ánimo de minorar la gravedad de la situación, sino para poner nombre a un problema que apenas empezaba a visibilizarse. La gran escritora Emilia Pardo Bazán fue aún más certera (y visionaria), al haber denominado mujericidio lo que hoy designamos feminicidio, como ya se vio en nuestra vindicación del 30 de agosto.

Realizando una inmersión en los periódicos finiseculares de Guadalajara, hallamos artículos en los que se pone de manifiesto la preocupación por las agresiones y asesinatos de mujeres a manos de sus parejas. La referencia más antigua que he encontrado se remonta a una edición de Flores y Abejas de 1900, donde se informa del asesinato de una joven de Hontoba y el posterior suicidio del criminal. En ese mismo semanario, Alfonso Martín arremetió seis años más tarde contra los ya citados crímenes pasionales «tan de moda y tan en abuso». Además, el mismo autor, también en Flores y Abejas, escribió en 1903 lo siguiente:

 «(…) sus celos desde hoy se celan 

en oscuro calabozo

donde no haya celosías,

pero sí buenos cerrojos.

Con esas fieras humanas

que causan tanto trastorno,

créanme ustedes a mí,

cuanto se hiciera ya es poco».

  Bajo el elocuente título de «Maridos que matan», es posible leer en La Unión un artículo de 1910 en el que se reflexiona acerca de la necesidad de legislar los crímenes de género: «Aunque a remolque de otros pueblos, ya es hora de que incorporemos al orden jurídico las grandes conquistas del derecho sustantivo moderno, que la tilde de innovación  exótica que algún espíritu pusilánime pueda oponer en un momento de asombro será compensada con creces por la disminución progresiva de esos hechos truculentos (…)».

Como vemos, la violencia sobre las mujeres ya era motivo de angustia pública hace más de cien años, para lo cual el pronunciamiento de algunos hombres fue importante, aunque sus motivaciones y marco conceptual fuese diferente al de ahora.

Por más que haya quien se empeñe en lo contrario, el feminismo no va en contra de los hombres sino del machismo. Por ello mismo, la lucha contra la violencia de género no perjudica a los varones, sino a los agresores. Y es que la construcción de una sociedad más digna, libre e igualitaria beneficia a toda la sociedad.

No cabe duda de que para erradicar la violencia machista, así como para seguir conquistando la igualdad, es imprescindible la cooperación de los hombres, nuestros aliados. Hace falta ser muy osado para reprobar a un maltratador, un acosador o un putero, pero, como dice Isabel de Ocampo, cada vez que haces eso, estás salvando la vida de una mujer, o de una niña.