Alta radiación

15/03/2011 - 00:00 Rafael Martínez Simancas

A estas horas, y salvo que la situación se complique de manera exponencial, se lucha a brazo partido en la central de Fukushima. Algo tan grave como una catástrofe nuclear está en manos de apenas cincuenta personas que son las encargadas de conjurar la tragedia atómica. Apenas medio centenar de expertos tienen por delante la papeleta de acertar en sus decisiones, no exponer demasiado sus vidas y conseguir que no estén en peligro las de los demás. Eso es presión y lo demás postales. Por un lado la carrera contra el átomo y por otro la carrera por salvar a la humanidad sin perder la vida en el empeño. Nos hemos pasado siglos preocupados porque un asteroide nos abriera la cabeza y ha tenido que ser un terremoto el que cambiara el eje de la tierra, desplazara a Japón cuatro metros al este y provocara una ola gigante cuyas imágenes repetidas dan escalofrío. Añádase a la tragedia los problemas en varias centrales nucleares con medidas de seguridad notoriamente mejorables a la vista de los hechos. Aquí todos, menos ese centenar que lucha contra el reactor somos toreros se salón; los que defienden la energía nuclear con entusiasmo y los que la degradan con saña, los que critican a Japón por intereses comerciales y los que van de caritativas naciones que se frotan las manos con la reconstrucción de la isla. Todos toreamos de salón, los únicos que le han echado un par de narices son los técnicos y científicos que permanecen en Fukushima jugándose la piel para que el núcleo esté refrigerado y no pase a mayores. Desde hace tiempo los debates energéticos se calientan como turbinas y se van del lado político con entusiasmo desigual. Parece que las voces de los técnicos son las primeras que se silencian cuándo se habla de energía, curioso tabú intelectual que tenemos asumido, (sería tan absurdo como mandar callar al cirujano en un quirófano porque alguien duda de la eficacia de la anestesia). Aún permanece entre nosotros el espíritu de aquellos abuelos que sostenían que un tren a más de 30 kilómetros por hora podía descomponer los cuerpos por efecto de la energía cinética aplicada al ser humano. Y como vivimos en la sociedad de las urgencias esta discusión tapa al rescate de los rebeldes libios que han pasado a un tercer plano, y luego llegará otro tema y entonces olvidaremos el debate nuclear. Si yo fuera uno de los cincuenta de Fukushima invitaba a estos toreros de salón que todo lo saben a que vinieran a echar una mano soplando sobre el núcleo del reactor como si fuera una tarta de cumpleaños.