Amar al mundo apasionadamente
01/10/2010 - 09:45
Por:
Cartas al director
JOSÉ IGNACIO VARELA GONZÁLEZ / Director del Centro de Cultura Teológica de Guadalajara
El 26 de junio de 1975 los teletipos de todas las agencias de noticias comunicaban a mediodía- el fallecimiento de Monseñor Josemaría Escrivá en Roma. La noticia escueta- diciendo que el Fundador del Opus Dei había muerto con fama de santidad sería ampliada en los telediarios.
Hoy, 35 años después, celebramos en la Iglesia la fiesta de San Josemaría Escrivá con el esplendor y la alegría que merecen los santos que han coronado la última cima.
Hoy, 35 años después, celebramos en la Iglesia la fiesta de San Josemaría Escrivá con el esplendor y la alegría que merecen los santos que han coronado la última cima.
Tuve la suerte de conocer a San Josemaría durante mi etapa universitaria en un viaje a Roma para participar en un Congreso Universitario con estudiantes de todos los continentes. Aunque tenía muchas referencias sobre él y había leído su libro Camino no cabe duda que me impresionó la primera vez que le saludé. Luego, un grupo de jóvenes universitarios, nos sentamos a su alrededor para mantener un rato de conversación, de tertulia. Las preguntas que le hacíamos eran espontáneas, ceñidas a las preocupaciones propias de la vida universitaria; sus respuestas rápidas y concretas daban de lleno en lo que nos interesaba. En esos primeros años de la década de 1970, de contestación en la Universidad, quizá también de rebeldía, San Josemaría nos exhortaba a fijarnos en lo importante en esa etapa de la vida: el estudio, el trabajo, la preparación profesional debían ser nuestra ocupación principal; nos estábamos preparando para el futuro inmediato, para servir a la sociedad.
Nos enseñaba también que debíamos buscar la santidad en medio de la calle y dirigir la mirada hacia Dios Creador del mundo y del hombre, hacia el respeto a la vida humana desde su concepción a su fin natural, hacia el amor a la familia y al noviazgo vivido de modo alegre y limpio. Nos hablaba del respeto que debíamos hacía quienes no pensaban como nosotros, de la necesidad de cultivar la inteligencia con lecturas que tuvieran capacidad de formar y la investigación en los distintos campos del saber, y de cultivar el espíritu procurando adquirir una buena formación doctrinal.
Le gustaban nuestras preguntas espontáneas, aplaudía nuestras canciones, reía nuestras ocurrencias con tintes de humor, apreciaba el esfuerzo de quienes en la juventud tratábamos de hacernos mayores, el modo de ser de cada uno, su manera de vestir, su pelo largo, o la barba juvenil todavía incipiente. Bendecía nuestras guitarras y las fotografías de la novia que alguno le mostraba. Nos recordaba para que no lo olvidáramos: allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestros trabajos, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Hoy su mensaje continúa recordando a todos los que le leen la necesidad de no dejarnos atemorizar ante una cultura materialista que amenaza con disolver la identidad más genuina de los discípulos de Cristo y nos reitera con vigor que la fe cristiana se opone al conformismo y a la inercia interior. Al final de lo escrito mantengo una idea que tuve siempre: San Josemaría amaba al mundo apasionadamente.