Ana María Matute, flamante Premio Cervantes a los 85

25/11/2010 - 00:00 Rosa Villacastín

Para quiénes piensan en la edad, en la edad avanzada, como un impedimento para hacer cosas nuevas, para promover proyectos, para hacer realidad viejos sueños, ahí está Ana María Matute, magnifica escritora, estupenda mujer, quién a sus 85 años, -¡que se dice bien¡-, acaba de recibir una de las mayores alegrías de su vida: el Premio Cervantes, que según sus propias palabras supone la consagración a toda una vida de trabajo, de esfuerzo, de imaginación, y como no, de dudas, de fracasos, que de todo hay en la vida del Señor, y por supuesto en la suya, como no podía ser de otra manera tratándose de una mujer que ha vivido -tanto en la realidad como en la ficción-, momentos de alegría, de tristeza y desencanto. Pese a lo cual declaró "la vida es mágica" cuando supo por boca de la ministra González Sinde que era ella la elegida para recibir un premio que se le resistía desde hace años, no por no reunir los méritos necesarios, sino por su condición de mujer. Una injusticia más de las muchas que se han cometido por defecto o por exceso con las mujeres, ya que no creo que nadie discuta los grandes méritos literarios de la escritora catalana, capaz de deleitarnos con una cuidadosa prosa, conectando así, a lo largo de casi 35 años, con varias generaciones de lectores, bien sean hombres o mujeres, jóvenes o mayores. A Ana María, como a tantas otras escritoras de su época, le ha tocado sortear los rigores de una férrea dictadura, de una madre exigente y autoritaria, de una educación en la que la mujer ocupaba un lugar secundario. Lo ha hecho como mejor sabía hacerlo: volcando sobre el papel sus sentimientos más íntimos, sus experiencias más duras, dando rienda suelta a sus recuerdos infantiles, a sus sueños, a su soledad de mujer y escritora que ansiaba un mundo más justo e igualitario. Una igualdad que ya es real, pese a que todavía hay reductos donde el machismo, la violencia y la discriminación siguen estando vigentes. Viendo la alegría de la Matute, no pude por menos que recordar la de otra gran escritora, la cartagenera Carmen Conde, cuando le dieron la noticia de que por fin una mujer, ella, iba a ocupar un sillón en la Académica de la Lengua. Había habido otros intentos antes para que Carmen lograra entrar en la docta casa por la puerta grande. Intentos que se vieron frustrados por la oposición de algunos insignes escritores que no veían con buenos ojos que una mujer, por muy gran escritora que fuera, se sentara entre ellos. Finalmente lo hizo, y ahí empezó el gran cambio, el que ha permitido que otras grandes novelistas como Soledad Puertolas o Ana Maria Matute obtengan los mismos premios y reconocimientos que sus compañeros de profesión. A ellas mi felicitación más sincera, porque se han convertido en el espejo en que miles, millones de mujeres nos podemos mirar orgullosas por pertenecer al género femenino .