Años de juventud


Uno de los pasos más insólitos de Elisa Soriano Fisher tiene que ver con la Marina civil, pues opositó y obtuvo plaza en el cuerpo médico de la misma, convirtiéndose, una vez más, en la primera mujer en desempeñar un puesto de estas características.

En los primeros años del siglo pasado vino a la ciudad de Guadalajara una joven llamada Elisa Soriano Fisher. Es de suponer que entonces no imaginaba que llegaría a ser una pionera en diversos ámbitos y, además, una destacada luchadora por los derechos de las mujeres.

La primera vez que oí su nombre fue hace mucho tiempo, en concreto cuando fui concejala de Igualdad en el Ayuntamiento de Guadalajara. En ese mandato, siendo alcalde Jesús Alique López, se acordó que las calles de una nueva barriada llevaran nombre de mujeres y una de ellas era Elisa Soriano Fisher.

Luego, después haber decidido aparcar la gestión política para centrarme en mi carrera profesional y académica, me reencontré con ella y, les confieso, creo que pocas veces he disfrutado tanto indagando en un archivo.

Los archivos son lugares mágicos, misteriosos, sorprendentes… pero, en ocasiones, las largas horas de investigación se hacen tediosas. No ocurre eso con la documentación que sobre Elisa Soriano custodia el Archivo General de la Universidad Complutense: fotografías, notas autobiográficas, expedientes, cuadernos de Medicina manuscritos por ella, incluso la «fe de bautismo» marítimo… una auténtica inmersión en su vida y, por extensión, en la de las mujeres de la pequeña clase media de la época.

Nació en Madrid en 1891, quedando huérfana de madre cuando era muy niña. Su padre, que era ginecólogo, quiso que estudiara el Bachillerato en Guadalajara, donde prosiguió con sus estudios de Magisterio hasta lograr la reválida del grado superior en 1912.

Retrato de Elisa Soriano Fisher como médica de la marina civil. Fuente: Archivo General de la Universidad Complutense.

En 1910 se aprueba la Real Orden que autoriza a la españolas a matricularse en la universidad y en Bachillerato. Hasta ese momento, fueron muy pocas las que pudieron acceder a los estudios superiores, para lo cual, además de enfrentarse a numerosas restricciones, también se necesitaba un permiso especial.

Soriano Fisher aprovechó esta oportunidad y, cuatro años más tarde, se inscribió en la Facultad de Medicina, acabando la licenciatura en 1918 y el doctorado en 1920. Su especialidad, la oftalmología.

En ese periodo no había muchas mujeres ejerciendo activamente la profesión médica (sirva de ejemplo que ella fue la única estudiante femenina de su promoción, como también ocurrió cuando estudió Bachillerato), de hecho, compaginaba esta actividad con la docencia en la Escuela Central de Maestras de Madrid, donde impartía la asignatura de Higiene, Fisiología y Anatomía.

En 1921, justo el año en el que tuvo lugar la primera manifestación sufragista del país, se convierte en la primera mujer en obtener un cargo público en un hospital (el Clínico San Carlos), logro que fue muy celebrado por sus correligionarias feministas de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME) y la Juventud Universitaria Femenina (JUF).

Estas dos organizaciones fueron extraordinariamente relevantes en la vertebración del feminismo español que se estaba configurando en los años veinte y, más adelante, constituyeron un importante soporte para Clara Campoamor en su reivindicación del sufragio femenino en la Constitución de 1931.

Su compromiso con los derechos de las mujeres la llevó a ser uno de los personajes más activos de este ámbito, llegando a ocupar una vocalía en el Consejo Supremo Feminista de España (la plataforma que coordinaba varias asociaciones de mujeres) y constituyendo en 1928 la Asociación de Médicas Españolas, tras haber formado parte de la Asociación Internacional de Médicas.

    Pero uno de sus pasos más insólitos tiene que ver con la Marina civil, pues opositó y obtuvo plaza en el cuerpo médico de la misma, convirtiéndose, una vez más, en la primera mujer en desempeñar un puesto de esas características.

     A Guadalajara regresó en diversas fechas, sobresaliendo su participación en la exitosa conferencia organizada por Casino Principal en 1925 bajo el título «La lucha contra el tracoma», una enfermedad oftalmológica. En esta ponencia recordó su estancia alcarreña, especialmente su vida estudiantil en el instituto y en la Normal de Maestras, así como la familia que la acogió, que no eran sino Salvador de Prado y Concepción Aparicio, director y directora de sendos establecimiento educativos, además de matrimonio amigo de la familia Soriano.

   Quiso la casualidad que la siguiente conferencia a la de Soriano Fisher fuera la del egregio jurista José Serrano Batanero, procedente de la villa condal de Cifuentes. Ambos fueron miembros de la primera junta directiva Sociedad Española de Abolicionismo [de la prostitución], a la que también perteneció Clara Campoamor.

Las coincidencias con Clara Campoamor fueron una constante en la vida de ambas, compartiendo su compromiso feminista en varias entidades como las ya citadas: ANME, JUF y Sociedad de Abolicionismo. Además, también militaron ambas en el Partido Radical de Lerroux.

Tras la guerra, ejerció como oftalmóloga pediatra. En 1961 le fue concedida la Medalla de Madrid y entre los muchos méritos que se le examinaron (entre ellos el haber sido la primera mujer en diversos puestos clínicos), se le reconoció haber sido representante de un «feminismo ecuánime, culto y comprensivo; es el exponente de lo que puede ser la mujer en el movimiento intelectual de un país».