Ante la renuncia de Benedicto XVI

24/02/2013 - 00:00 Atilano Rodríguez

 
 
 
  El pasado día 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, el Santo Padre Benedicto XVI nos sorprendía a todos con la noticia de su renuncia al ministerio de Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro, que le había sido confiado por medio de los Cardenales el día 19 de abril de 2005. La constatación de su debilidad física y la escucha del Señor en la oración le llevaron a la certeza de que ésta era la decisión más adecuada para el gobierno de la Iglesia. Los católicos debemos asumir con paz esta decisión libre, valiente y de plena confianza en la Providencia divina por parte del Santo Padre. Con ella nos enseña que el amor a la Iglesia debe estar por encima de nuestros intereses personales y nos recuerda que el servicio a la misma se ejerce, no sólo desde la responsabilidad de gobierno, sino desde la oración confiada al Señor. Los papas, los obispos, los sacerdotes y todos los bautizados estamos de paso en este mundo, la Iglesia sin embargo permanece en el tiempo, guiada, sostenida y fortalecida en todo momento por la presencia, la asistencia y la fuerza del Espíritu Santo.
 
  Durante los años del intenso pontificado de Benedicto XVI, hemos tenido la dicha de comprobar, además de su profunda fe en Jesucristo, la disponibilidad para asumir la cruz, la humildad al invitarnos a buscar la verdad y la valentía al presentar la Buena Noticia de la salvación de Dios a todos los hombres. Este testimonio personal, unido a su lúcido y abundante magisterio, es el gran legado que nos deja el Santo Padre. A sus escritos tendremos que volver una y otra vez para profundizar en la vida espiritual y para responder con gozo a la llamada del Señor. Pero, sobre todo, yo me atrevería a señalar que la gran preocupación del Papa Benedicto XVI, como humilde servidor del Señor, fue la de actuar sin planes preconcebidos, buscando en todo momento la voluntad del Señor. En este sentido, ya nos decía al comienzo de su pontificado: “Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la Palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea Él mismo quien conduzca la Iglesia en esta hora de nuestra historia”.
 
  Desde esta confrontación con la Palabra de Dios nos ha invitado a todos a renovar nuestra fe en Jesucristo, a confesarla con valentía y a celebrarla con gozo para impulsar la nueva evangelización con renovado ardor misionero, con nuevos métodos y con nuevas expresiones. La convocatoria del Año de la fe y la celebración del Sínodo sobre la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana tienen su fundamento en la preocupación del Papa por poner a toda la Iglesia en estado de misión ante los cambios profundos y las rápidas transformaciones de nuestro mundo. Al dar gracias a Dios por habernos regalado este extraordinario Pontífice, renovamos una vez más el testimonio de fidelidad y comunión con el Sucesor de Pedro. Oramos al Padre para que le conceda a Benedicto XVI alegría y paz por la obra bien hecha y pedimos la acción del Espíritu sobre el Colegio Cardenalicio para que elijan a su Sucesor desde la fidelidad al Evangelio.