Aprovechamiento nauseabundo
Francisco Javier García Marín, apodado El Cuco, es uno de los personajes más execrables y vomitivos que aparecen en la sociedad. Era menor de edad cuando se cometió el crimen. Pero su malicia es tan mayor de edad que ha logrado reírse hasta ahora de jueces y policías. Que su madre se pasee por las televisiones, sacando tajada de uno de los crímenes más aborrecibles y repugnantes, porque perpetua la tortura de negarles a sus padres incluso la limosna postrera de decirles dónde arrojaron el cadáver, es uno de esos síntomas de la sociedad en la que vivimos, que no hace sonar ninguna alarma, porque comenzamos a entrevistar a los chulos de puta, continuamos con las barraganas, seguimos con los estafadores, y ahora ¿por qué no van a venir, cobrando, las madre de los hijos de puta que se embarran en crímenes horrendos? Y no pretendo ofender a la madre del Cuco, que se lo merece, sino que califico a su hijo en el sentido cervantino del término.
Y, a lo peor, los abogados de Francisco Javier García Marín me demandan porque el exmenor, hoy convertido en un sinvergüenza con derecho a voto, se nota ofendido, pero somos millones de españoles los que nos sentimos indignos de que los criminales y sus parientes, en lugar de tener algo de discreción, se paseen por las televisiones, no para defender una inocencia dudosa, sino para cobrar por el crimen, un merchandising tan emético que es difícil recuperar el sabor natural de boca.