Aquarius

17/06/2018 - 11:13 Jesús de Andrés

Los pasajeros del Aquarius sólo saben cómo se llama el seleccionador nacional de fútbol ni quién es el ministro de Cultura del país al que llegan, sólo saben que dejan atrás el miedo en sus múltiples caras.

La Era de Acuario, una imaginaria era astrológica que supuestamente se inició a mediados del siglo XX, fue adoptada por la cultura hippie de los años sesenta para reivindicar la libertad sexual y demandar la paz y el amor como guías del mundo en la nueva etapa de la humanidad que se iniciaba. Tuvo su estética, su musical –Hair– y su canción –Aquarius– interpretada por The 5th Dimension. Todo era posible porque comenzaba un tiempo nuevo. Todo iba a ser mejor.
    Hoy, Aquarius es el nombre del buque de rescate que, operado por las organizaciones SOS Méditerranée y Médicos Sin Fronteras, realiza labores de salvamento de náufragos frente a las costas de Libia. El nuevo ministro italiano del interior, Matteo Salvini, quien tomó posesión de su cargo hace unos días, haciendo honor a la ideología racista y excluyente de su partido, la Liga Norte, prometió mano dura con los inmigrantes y refugiados. Buen amigo del independentismo catalán y nostálgico de Mussolini, Salvini cerró los puertos italianos para evitar la llegada de barcos como el Aquarius, que en el momento de dictarse su orden llevaba a bordo más de 600 personas, entre ellas más de cien niños y una quincena de bebés.
    Más allá de las consideraciones sobre las políticas de inmigración de la Unión Europea, del hipócrita compromiso por parte de los países de dar acogida a un número de personas que nunca se cumplió, más allá de la pose bravucona del ministro, de cualquier cálculo electoral o de imagen (aquí y en Italia), más allá de todo eso había una obligación humanitaria de rescatar a las personas que iban en el Aquarius. Afortunadamente, la opinión pública y los partidos políticos españoles no se han dejado llevar por el frentismo y, pese a las diferencias, todos han estado de acuerdo en que había una exigencia moral ante la cual no se podía mirar para otro lado. Si las cuentas del ministro neofascista italiano pasan por cerrar las puertas a los cientos de niños y adultos que viajan en el barco, podemos congratularnos de que en España el cálculo instrumental –si lo hubiera– pase por acoger a esas personas.
    Los pasajeros del Aquarius no saben ni cómo se llama el seleccionador nacional de fútbol ni quién es el ministro de Cultura del país al que llegan, sólo saben que dejan atrás el miedo en sus múltiples caras. Sus problemas no acaban con la llegada al puerto de Valencia, y no será el mismo destino el que tengan los refugiados de zonas en guerra o perseguidos políticos en sus países de origen que los inmigrantes por razones económicas. Incluso aceptando que la operación tiene mucho de mercadotecnia de cara a la opinión pública, es en situaciones como esta donde no cabe dudar. Nunca es tarde para empezar un tiempo nuevo.