Arco, el listo y el tonto

01/03/2019 - 20:17 Emilio Fernández Galiano

El arte es la vida misma interpretada emotivamente por quienes la saben transmitir.

La Casa Real tiene el buen gusto y sensibilidad por el mundo del arte en todas sus vertientes. De hecho, los reyes suelen acudir a la inauguración de la feria de arte contemporáneo por excelencia, conocida por ARCO. Esta muestra, que año tras año va ganando el prestigio de la ridiculez, suele ser reclamo frívolo de la estulticia pretendidamente encarnada en “obras de arte”. Se pavonean en esta edición de un “ninot” que se parece a Felipe VI y que lo venden por 200.000 euros con la condición de que el adquiriente lo queme, lo grabe, y deje al público los restos del esqueleto calcinados, para mayor escarnio y morbosidad.  A mi me suena a talibán, ajeno a nuestra cultura –por mucho “ninot” que puedan aludir- y desagradablemente perverso. A mi me encantaría que don Felipe y doña Letizia, en esta edición, respondieran elegantemente con el mayor de los desprecios.  Nuestro monarca se está ganando el sueldo –y el prestigio- soportando tanta insidia. Ahora nos queda la final de la Copa del Rey, ¡qué desesperación!

Desde este discreto rincón no pienso citar al autor, “el listo”, ni al comprador, “el tonto”, por cierto, segundón de un famoso empresario televisivo de origen catalán que se hace rico a costa de España por más que es incansable a su finiquito. Y su ruptura.

Hace tiempo, una conocida marchante emparejada a un político asturiano, a través de su asesor, me propuso apoyar mi trayectoria si mis cuadros reflejaban la “transgresión”. ¿La “transgresión”?, me pregunté, inocente de mí. Sí, me aclararon, por ejemplo pintar cristos boca abajo con la jeta de un cerdo por cabeza. Allí se acabó la conversación y, definitivamente, cualquier relación posterior.

 

 

La transgresión en el arte es el recurso de los malos, de los mediocres, de los insulsos y frustrados. Una cosa en conmover y otra emcionar. El gran artista emociona por su sensibilidad, por transmitir emociones y no arcadas, por conseguir una lágrima y no un llanto. Una sonrisa cómplice en lugar de una carcajada. Evidentemente, el video de Gadafi cuando le detuvo la turba para sodomizarle, me conmovió. O la decapitación de un soldado occidental o el mismo ahorcamiento de Saddam Hussein. No todo lo que conmueve nace del arte.

El diccionario de la RAE define “transgresión” como el efecto de quebrantar o violar un precepto. Y añado, ya sea moral, intelectual o artístico. No entiendo  porqué en este último apartado puede caber todo. Me imagino una orquesta sinfónica en el Real interpretando el desagüe de un retrete, pongo por caso. Y deduzco la reacción del público. 

Corrientes como el dadaísmo para provocar la reacción del receptor, la liberación de normas escolásticas, la ruptura con estilos tradicionales, la incursión en nuevos conceptos sobre la composición o el color, suponen la excelencia del arte y su evolución. Cuando los nórdicos incorporaron la luz en sus obras por carecer de ella en sus países, generaron corrientes pictóricas hoy en día en vigor. Y generaron también emoción, sensibilidad. 

El arte es la vida misma interpretada emotivamente por quienes la saben transmitir. Háganme caso, si acuden a Madrid asistan a la inmensa oferta cultural de la gran capital. Por supuesto el Prado, el Thyssen, el Reina Sofía, la Caixa, Mapfre o la íntima colección del maestro Sorolla en su museo. ¿ARCO? Tiren de la cadena. Les gustará. ¿Seré transgresor? Si don Diego levantara la cabeza…