Asalto a la democracia

11/02/2016 - 23:00 Jesús Fernández

El deseo y la ambición por ocupar el poder demuestran que, en este país, no importa el respeto al pueblo, no preocupa el servicio a la sociedad y a la democracia sino la prisa por asaltar el Estado y aniquilar, desde él, a los adversarios, a los que no piensan igual. Puro estalinismo disfrazado de reglas y protocolos. Quieren el poder para imponer e intervenir la vida, la conciencia y los bienes de los ciudadanos libres y soberanos. No se debe dejar engañar la población: el cambio social no precede al poder sino que el poder va a provocar el cambio. El poder es el instrumento del cambio, no su consecuencia. La población no vota cambio sino poder y los políticos, profesionales del poder, lo utilizan para cambiar a la sociedad a su medida. Ese es el orden de los acontecimientos.
Estamos asistiendo a la caída de la democracia y muchos gobernantes ejercen de enterradores. Por lo demás, nadie se interesa por el deterioro de las reglas, por la oscuridad de los procedimientos políticos, por la intranquilidad de la población, por sus preocupaciones. La conclusión popular es que no hay democracia entre nosotros sino una dictadura de los partidos. ¿Cómo puede continuar esto así? Todos vivimos bajo el síndrome del “Herreninsel” (al sur de Baviera) donde, después de la II Guerra Mundial, se reunieron los afectados por la misma para extraer consecuencias y diseñar la nueva Europa donde nunca más se repitiera la misma tragedia. Habían experimentado y vivido el desastre y aprendieron la lección. Existe en nuestro pueblo una generación que no ve el peligro de olvidar los viejos valores y excluir de la convivencia los principios de moderación, de diálogo, de consenso, de convivencia y sólo piensan en agitar las aguas del rencor, de la lucha de clases, de la competencia territorial, del enfrentamiento institucional, de la venganza, de la agresividad social, de la rebelión gratuita, de la utopía revolucionaria, de la aventura estatal. Ellos son prisioneros de las pasiones y víctimas de sus ambiciones. No saben ni valoran lo que es la paz y la libertad cotidiana, la seguridad del empleo, el discurrir diario del progreso y de los avances sociales, del crecimiento económico y de la previsión social. Rentabilizan sin compasión el descontento y las quejas de la población en los desajustes del nivel de vida y están en contra de socializar el bienestar mediante a creación y existencia de una clase media donde el acceso a las profesiones y la igualdad de oportunidades sea cada vez mayor. En contraposición, se dedican a bloquear la política sensata mediante una demagogia inconsciente y fracasada.
El problema actual se resume todo en el respeto y cumplimento de la Constitución que sirve de base a nuestra convivencia. Por parte de todos, de los gobernantes, de los partidos, de los sindicatos, de las asociaciones, de la población. Seguimos preguntando ¿cómo es posible que de los responsables de elaborar la referida Constitución haya salido una generación dispuesta a asaltarla y demolerla? La respuesta está en la ambición.