Ascender a la autonomía y no a la sumisión

08/09/2012 - 00:00 Víctor Corcoba




Cualquier avance, por ínfimo que nos parezca, en materia de educación para todos, debemos celebrarlo y extender dicha ovación por todo el mundo. Ahora bien, educar es uno de los términos que más se ha prostituido. Por desgracia, en muchos países se adoctrina más que se educa, se propone el sometimiento a una clase dirigente que no siempre tiene actitudes ejemplares. No olvidemos que la mejor manera de transmitir valores humanos es predicar con el ejemplo, y el modelo ha de ser un buen ciudadano. Cada uno tiene que desarrollar su propia vida, alfabetizándola acorde con su desarrollo, de manera que pueda vivir conviviendo y vivir desviviéndose por su misma estirpe. ¡Qué menos! En otras naciones, el objetivo es generar obediencia al poder, como si la educación fuese una doma a la persona, cuando de lo que se trata, es de ahondar en el aprendizaje de los somos para luego poder discernir, y, así, poder luego ser gobernados por nosotros mismos.

  Aprender a reflexionar es una sana virtud, uno tiene que labrarse su futuro y conocerse meditando sobre su propio sentido existencial. Únicamente, de este modo, se puede entender el mundo. Por lo pronto, urge que retornen a sus moradores tantas dignidades perdidas en los últimos tiempos. También, en otros lugares del planeta, aún no ha llegado la alfabetización, algo que resulta esencial para erradicar la pobreza y recobrar la libertad del ser humano como tal. Ciertamente, la realidad es la que es, y son muy pocas las culturas que transmiten una educación por y para la ciudadanía, libre de ataduras, capaz de obtener del educando lo mejor de sí mismo. La cuestión no radica en saber muchas cosas, sino en saber utilizar esas cosas, en beneficio de la colectividad. Ahí reside la auténtica alfabetización, en la manera de ayudarse las personas entre sí ante tanta diversidad, en comprender lo que es la vida a través de las más amplias ventanas y en dejar vivirla, en poder ascender, en definitiva, a la autonomía y no vivir en la continua sumisión.

  Es verdad que, desde hace más de cuarenta años, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), nos viene recordando a todos que la educación es un derecho humano imprescindible para la convivencia. Precisamente, el 8 de septiembre se viene conmemorando el día internacional de la alfabetización, este año bajo el sugerente lema de cultivar la paz. Desde luego, un pueblo que sabe recapacitar está preparado para comprender a cada ciudadano según su individualidad, mucho más que otro que no entiende de razonamientos.

  Ya lo dijo, en su tiempo, Descartes: “La razón o el juicio es la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de los animales”. Está visto que todo cuanto hemos madurado, nos lleva a una comprensión más verdadera. Quien no entiende un abrazo tampoco entenderá una larga explicación. Así de claro. Además, se cumple este año, el decenio de las Naciones Unidas para la alfabetización (2003-2012), con el propósito de una educación para todos. En consecuencia, resulta primordial trabajar, para que todas las gentes puedan alcanzar sus metas socializadoras, a través de acciones inclusivas y universalistas.

  Puede haber más niños escolarizados que antaño, pero también son muchos más los que fracasan y abandonan los estudios. ¿Qué es lo que falla? A mi juicio, lo que ha quebrado es el término educación como valor de valores. Pueden enseñarnos a leer, y de hecho nos enseñan a leer, pero no se avanza hacia esa lectura comprensiva, y así, se es incapaz de enseñar a digerir lo leído, para después saber discernir lo que vale la pena ver en profundidad. ¿Qué otro libro se puede estudiar mejor que el de la observación de la vida humana? Realmente hay cosas que no se pueden enseñar, uno las descubre por sí mismo, a base de releerse en los labios de la humanidad y en los de la vida.

  Por tanto, el bien de esa humanidad no está en hacer carrera, sino en que cada individuo pueda aprender a buscarse la vida, sin disminuir la vida de los otros. Pero, cuidado, para hallar esa vida antes hay que estar bien formados. A menudo nos encontramos con personas que no han tenido acceso a la escuela y, si lo han tenido, la abandonan. Suelen vivir una vida de miseria, totalmente excluidos, en poblados de marginalidad, en parte porque este sistema productivo no integra, más bien separa a los humanos entre sí. No es de recibo moral que sigamos así, descartando vidas. ¿Quiénes somos nosotros para hacerlo? Pienso que debemos cuanto antes recuperar al ciudadano que vive en desventaja con otros, analizar el problema, mantener el gasto social en derechos inherentes al ser humano como lo es la educación y luchar para que las desigualdades no se acrecienten.

  Algo que muchos gobiernos no toman en consideración, sabiendo que la desigualdad y la ignorancia matan vidas tanto como no tener un trozo de pan. Al fin y al cabo, el objetivo no es llegar a los marginados, sino que salgan de la marginación. Que puedan vivir de manera autónoma, sin servidumbres que les trate como esclavos. Si en verdad queremos transformar la sociedad y configurar una cultura más integradora, es preciso injertar el alma humana en aquello a transmitir. Sepamos que cada exclusión es una destrucción del espíritu solidario. En conclusión, todas las culturas tienen la esencial responsabilidad de asegurar la creación de entornos que cautiven y cultiven. Y con la desigualdad lo que hay que hacer es justicia, mejor hoy que no mañana.

  En definitiva, los temas que creen que preocupan a los españoles, se repiten una y otra vez: los ciudadanos quieren saber sobre ellos, los representantes del pueblo o los gestores de la voluntad popular hablan aun más de ellos mismos y los medios reflejan dicha información. La irritación que resulta del conocimiento de esas noticias viene alimentada, en cierta forma, por el papel que desempeñan en este bucle estos ciudadanos que se dedican a hacer política (o su propia política).

  La mayoría de estas personas, ejerciendo su función de transmitir lo que opinan los ciudadanos, hablan una y otra vez de las cuestiones que más preocupan a los españoles. Pero tanto “hablar por hablar” ha derivado en una aguda desconfianza del pueblo hacia ellos y hacia las instituciones. Los ciudadanos estamos hartos del debate estéril, del cruce innecesario de improperios y de la demagogia en sí. Estas personas se han olvidado de su función más importante, la del servicio a la sociedad y a su bienestar general, atentando contra los verdaderos valores de la política, que es estar al servicio de los ciudadanos.

  Con esos términos es con los que se mide el valor de su profesión. Y, en este país, se les ha olvidado. Por tanto, los ciudadanos les debemos exigir profesionalidad, porque si no son profesionales en sus puestos de trabajo, habría que preparar un ERE y despedirlos: nuestros representantes, de unos u otros partidos, deben promover políticas valientes y dejar atrás maniobras de despiste que insultan a la inteligencia del pueblo español.

  Somos conscientes de que la situación de crisis que atravesamos, de la incertidumbre que se genera por si nuestra economía acaba poniéndose en manos de tecnócratas comunitarios y, en definitiva, de lo duro que es para todos este escenario. Pero su crudeza no les exculpa de los malos hábitos demagógicos que han adquirido a lo largo de tantos años. Precisamente por este contexto económico que atravesamos, hay que dejar de hacer luchas partidistas y dedicarse a aportar ideas para mejorar la situación. Hay que trabajar duramente y presentar propuestas. Hay que llegar a acuerdos entre Gobierno y oposición que, además ayudaría a proyectar una imagen de fortaleza hacia el exterior. Y más aún, hay que plasmar las propuestas en medidas legislativas.

  Si con el arranque del nuevo curso político esto no sucede, al final los electores se volverán contra los que han obtenido sus escaños en forma de desprecio. Centrémonos ahora en los temas de actualidad e interés agrarios, en las propuestas y en las medidas legislativas de las mismas. Los agricultores y ganaderos están abrumados de asistir como público al espectáculo que ofrecen los actores que llenan los arcos parlamentarios. El ciudadano no quiere ver más como se matan por ver quién grita más fuerte para hablar del agua.

  El ciudadano quiere un Plan Hidrológico Nacional que venga a poner fin a años de demagogia y estéril oratoria. Y, por supuesto, a solucionar los problemas hidráulicos que tanto daño han hecho y tantos enfrentamientos autonómicos han provocado. Los agricultores y ganaderos, y sobre todo los consumidores, ya sabemos del tremendo desequilibrio que existe en la cadena alimentaria, de la indefensa posición que tiene el productor frente a una parte de la gran distribución, y también sabemos el problemón que existe en materia de precios agrarios.

  No nos hacen falta más estudios que nos lo cuenten otra vez. Lo que necesitamos es que el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente se ponga manos a la obra y comience urgentemente los trámites de las dos normas que ha anunciado: una para mejorar la cadena de distribución y otra para favorecer el asociacionismo y evitar la atomización del sector a la hora de comercializar para mejorar la posición negociadora del sector agropecuario.

  Y, por último, no nos reiteren más lo que el campo español se juega en la reforma de la Política Agraria Común. Luchen por defender lo nuestro, negocien incansablemente en Bruselas y demuestren, como así hacen otros muchos países, que conseguir en España una Política Agraria Nacional fuerte no es un sueño, sino que debe ser una realidad, sobretodo, porque ya vienen contempladas en las 66 medidas anunciadas por Arias Cañete. En definitiva queremos que se mime al sector porque se lo merece. Porque mimando al sector financiero no se está generando el empleo que es capaz de crear el sector agropecuario. Porque descuidando a los ganaderos y a los agricultores estamos abocando a este país a buscar alimentos fuera de nuestras fronteras y, más aún, estamos intensificando la crisis de alimentos que existe en el mundo y que, desgraciadamente, pagan los más débiles.

  Y no lo digo yo, lo dice la FAO. Gracias al trabajo de los profesionales del campo, todos tenemos garantizados alimentos en cantidad y calidad suficientes. Y porque si no somos capaces de entender que el campo es y será siempre el colchón que protege ante una gran caída en épocas de vacas flacas, tampoco conseguiremos que este país vuelva a respirar. Así pues, señores representantes de los españoles elegidos en las urnas que se ubican en las escuelas de nuestros pueblos, no echen en saco roto el enorme esfuerzo y sacrificio que están haciendo los agricultores y las familias. Utilícenlo para devolver la paz y la tranquilidad económica en los hogares españoles, fundamentalmente, en los del medio rural, porque precisamente ellos son los que no han provocado esta crisis.