Ausente
Lo importante en el caso de los mitos es analizar quién y para qué hace uso de ellos. En el caso de José Antonio, fue un mito para la dictadura franquista, útil para su legitimidad impostada y para su supervivencia.
Exhumación del cadáver de José Antonio Primo de Rivera. Una vez más, sus restos, lejos de descansar, inician traslado. Fusilado en octubre de 1936, fue enterrado en una fosa común, siendo trasladado al cementerio de Alicante tras la victoria franquista. En 1939 fue conducido a hombros de falangistas, a pie, diez días con sus diez noches, hasta el Monasterio de El Escorial, con homenajes y salvas de honor por cada pueblo atravesado, en silencio procesional, a plena luz o bajo el fuego de las antorchas. En Madrid recorrió la Gran Vía, que ya entonces llevaba su nombre, y fue recibido por las autoridades franquistas en la Plaza de España. Veinte años después, en 1959, se sacaron de nuevo las andas para llevarlo hasta el Valle de los Caídos, donde lo esperaba Franco para el oficio de una misa de réquiem. Esta semana, por deseo expreso de su familia (quien ha decidido también la fecha) ha sido trasladado de nuevo hasta el cementerio de San Isidro, en Madrid.
José Antonio fue encarcelado en marzo de 1936, al igual que toda la cúpula de su partido, Falange Española de las JONS, tras un atentado fallido contra uno de los padres de la constitución de 1931, Luis Jiménez de Asúa. De ahí que estuviera en la cárcel tras el golpe de Estado del 18 de julio y el inicio de la guerra civil. De nada sirve especular si José Antonio y Franco se llevaban bien o mal o si de haber estado vivo hubiera sido otra la historia de España. José Antonio se convirtió en mito político, que como tal tiene más de héroe o ser sobrenatural que de verdad objetiva. Al igual que el Che, fue colmado de virtudes para unos, figura demoniaca para otros. Poco importan si eran seres malvados o bondadosos, si amaban la literatura o la historia o si querían o no a su familia. Ambos unieron en su figura varios mitos: el del mártir que muere joven y se entrega por los demás; el del santo que se aleja del mundo para cumplir su designio divino; y el del icono, presente a pesar de muerto, que conjuga lo romántico con lo religioso.
Lo importante en el caso de los mitos es analizar quién y para qué hace uso de ellos. En el caso de José Antonio, fue un mito para la dictadura franquista, útil para su legitimidad impostada y para su supervivencia. En el caso del Che, lo fue para la dictadura cubana, manteniendo vivos los ideales y los supuestos principios del régimen castrista. A uno y otro hay que juzgarlos no por atribuciones sino por la función que cumplieron, por la utilización que de ellos se hizo. Nada mejor que su ausencia definitiva.