Bancos pájaros
Bancos y cajas conforman hoy un sector donde más se nota el paso del tiempo. A peor.
Cuando en mi infancia rural andar de bancos era considerado algo nefasto, pero llevadero. A las pomposamente denominadas después entidades bancarias apenas acudían quienes habían pedido un crédito, mayormente para maquinarias, y tenían problemas para devolver el dinero prestado a intereses bastante repuntados. Los recuerdo en viajes con mi padre a sucursales de Calatayud (con imponentes puertas giratorias de entrada/salida), Molina de Aragón y Guadalajara. Era casi como entrar en una iglesia. El recibimiento del jefe de la sucursal era tan ceremonioso como el de un cura. El maestro murmuraba que era la mayor fuerza viva.
Bancos y cajas conforman hoy un sector donde más se nota el paso del tiempo. A peor. El mandamás es un corbatillas, como los define mi amigo Miguel, abrumado de tareas, superestresado y distante. Quizá te reciba tras la farragosa cita previa y te suelte un manojo de tecnicismos burocráticos para no resolverte nada. Algunos aseguran que cobran comisiones hasta por tocar al timbre, otros que son unos pájaros, prestan dinero si no lo necesitas. Incluso citan a Brecht: “Robar un banco es delito, pero más delito es fundarlo”.
Es sangrante que los mismos bancos que rescatamos, como Caja Castilla-La-Mancha, porque si no la catástrofe nos arrastraría a todos, estan cerrando sucursales en nuestros pueblos condenando a la indefensión a sus habitantes, la mayoría personas mayores. Cuesta entender por qué un Estado que los salva no puede exigirles mantener abierta una sucursal y no obligar a los clientes a desplazarse a otras ciudades.
Está la banca digital, la firma idem y todo lo online que se quiera, pero vivimos en una comunidad envejecida. Predominan las personas mayores que no tienen internet o no saben usarlo, sencillamente porque la memoria o la vista no les dan más de sí que para ir al banco un ratito a tener sus cuentas al día, y al médico. Son pocos, no son productivos apenas consumen y no viven en Barcelona, Madrid o Zaragoza. Pero pagan impuestos, y son ciudadanos de pleno derecho de un país al que se le llena la boca con la España vacía en libros, documentales y congresos sin hacer nada al respecto.