Bares repoblados
El bar no es sólo un local. Dice un paisano con su lírica particular que es el alma de la España vaciada, el corazón que late todos los días porque allí nos encontramos, celebramos algo, conversamos con unos vinos y refrescos, nos reímos, jugamos al guiñote…
En definitiva, es donde sucede todo. “Con el bar cerrado, el pueblo está muerto”, sentencia un labrador superviviente. Algo que ocurre en más de un tercio (sean municipios o pedanías) del Señorío.
Parece que, fuera añoranzas, ha renacido la esperanza de la mano y dedicación de parejas o familias de hispanolatinos, que vienen a repoblarlos. Como tras la Reconquista hicieron gentes venidas al Señorío desde el Norte.
En Milmarcos lleva ya años el bonachón y servicial Humberto y su familia de Cuenca (Ecuador). Y en Fuentelsaz, otra de alegres venezolanos.
En Rillo de Gallo una mujer rumana, que vive en el Barrio de la Soledad de Molina, abre a diario, salvo los lunes y dos semanas en septiembre.
El bar del Pobo de Dueñas lo llevan cinco colombianas, abuela, madre e hijas “a cuál más guapa”, asegura José Ramiro, amigo preocupado por nuestra comarca despoblada y desconectada. “Un fenómeno sociológico en la zona. No veas lo que venden”, subraya.
En Hinojosa la pareja brasileña Bea(triz) y Leandro lleva apenas dos meses pero no les van a la zaga. La gente flipa con su eficacia y su carácter alegre y bonachón. Vienen de pueblos cercanos, arrebalados como antes las ovejas, a tomar vermuses, botellines, copazos y lo que se tercie. Y con ricos aperitivos en la onda madrileña.
Page podría estirarse como su colega castellanoleonés Mañueco y ayudar con 3.000 euros para cubrir gastos de suministros a los bares de pueblos menores de 300 habitantes. Y no digamos algunos ayuntamientos, ricos pero inexplicablemente roñosos para algo tan vital.