Belleza y verdad

01/06/2013 - 00:00 Manuel Ángel Puga

  
  
 
  Fedor M. Dostoievski (1821-1881), uno de los mejores escritores rusos, autor de obras como Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov, El idiota, etc., llegó al pleno convencimiento de que la belleza crea lazos de solidaridad entre los humanos. Sabía que la belleza une a las personas. Estaba convencido de que cuando contemplamos algo bello nace en nosotros el deseo de compartirlo con los demás, especialmente, con nuestros familiares y amigos. La contemplación de las cosas bellas, como pueda ser un hermoso cuadro, una bonita flor o una puesta de Sol, crea a nuestro alrededor un ambiente de paz y de amistad, que puede convertirse en vía de salvación para una sociedad tan propensa a los enfrentamientos y tan reacia a compartir. Por otra parte, Dostoievski – al igual que nuestro Fray Luis de Granada – buscaba la belleza y la verdad en todo lo que Dios había creado. Es más, las buscaba donde cualquier otra persona jamás las buscaría, como puede ser en el enfermo, en el mendigo, en el retrasado mental, en el deforme...
 
   En el corazón del gran escritor ruso se escondía un profundo sentimiento de caridad cristiana, un sentimiento que le empujaba a buscar la belleza y la verdad allí donde sólo existía miseria, mentira y fealdad. Dostoievski enseñó al mundo esta gran lección: hay grandeza de alma en quien busca la belleza y la verdad allí donde más incómodo y desagradable resulta buscarlas. No es una mera coincidencia el hecho de que aparezcan unidas belleza y verdad. Marcelino Menéndez Pelayo, una de las figuras más ilustres de nuestras letras, sostenía que “la esencia de la realidad es la verdad, y esta verdad es el origen de la belleza”. Según él, la verdad se realiza de muchas maneras, pero respondiendo a una esencia plena y perfecta. Cuando esta verdad plena y perfecta se manifiesta a nuestro espíritu surge la belleza (Historia de las ideas estéticas en España). Se comprende ahora por qué belleza y verdad están íntimamente unidas. La razón está en que la segunda es la fuente de donde brota la primera.
 
  Lo anterior nos puede explicar por qué, en líneas generales y salvo excepciones, resulta tan difícil encontrar belleza en el arte de nuestros días, ya sea en la pintura, escultura, música o en la misma literatura. Todos lo sabemos muy bien: hoy lo que impera es lo vulgar y lo chabacano. El arte, al igual que otros muchos aspectos de la vida, está en crisis… ¿Estará la explicación de esto en que la mentira se ha impuesto y ha logrado eclipsar a la verdad, fuente de donde brota la belleza? El principio “Miente que algo queda” ha desplazado a la verdad, y en su lugar se ha instalado la mentira, de la cual jamás podrá surgir belleza, porque “la esencia de la realidad es la verdad, y esta verdad es el origen de la belleza”, como dejó establecido Menéndez Pelayo. Es probable que el lector conozca la obra del eminente teólogo Hans Urs von Balthasar, nacido en Lucerna (Suiza) en 1905 y muerto en 1988.
 
   Balthasar sentía una ferviente admiración por la verdad y la belleza, razón por la que se propuso elaborar una teología que no sólo fuera verdadera, sino también bella. Él defendía que Dios se manifiesta en la verdad, pero también en la belleza. Precisamente, gran lector y admirador de Balthasar es el Papa emérito, Benedicto XVI, como lo demuestran estas palabras, pronunciadas durante unos ejercicios espirituales, celebrados en el Vaticano el día 23 del pasado mes de febrero: “La verdad es bella – aseguró el Papa emérito –, verdad y belleza van juntas: la belleza es el sello de la verdad”. Como hemos visto, belleza y verdad no abundan en la sociedad de hoy. Por ello, algo habrá que hacer para que las futuras generaciones aprendan a buscar la belleza y la verdad. Y no sólo a buscarlas, sino también a crearlas. Urge una generación capaz de crear auténtica belleza y capaz de descubrir nuevas verdades, si aspiramos a una sociedad mejor.