Buero, en el purgatorio madrileño

07/10/2016 - 21:03 Antonio Yagüe

Ciertamente las administraciones e instituciones de Guadalajara han tirado la casa por la ventana para honrar en su centenario a Buero Vallejo.

Podían haber empezado antes. Pero ciertamente las administraciones e instituciones de Guadalajara han tirado la casa por la ventana para honrar en su centenario a Buero Vallejo. Se lo merece. Es hijo y, según los expertos, uno de los mejores dramaturgos españoles. Equiparable a su predecesores Valle-Inclán y García Lorca. El Ministerio de Cultura podía haber estado más fino. Pero parece que en el partido de Rajoy todavía hay gente que lo considera por encima de todo ‘rojo’. Se han limitado  a una exposición en la Biblioteca Nacional donde destaca su faceta de dibujante. También chirría la tibieza de los ejecutivos de Page y Cifuentes, por falta de presupuesto o desidia.  Pero sobre todo, clama al cielo el ninguneo en la capital de España, donde Buero vivió, primero en prisión por su apoyo al PCE, y luego la gloria de sus incuestionables premios, a pesar de la censura implacable. Ni siquiera tiene una calle. Y al rebautizar las  27  ‘calles franquistas’ que olvidaron Tierno y Carrillo en 1990, la alcaldesa, Manuela Carmena, ha preferido a Camacho, Besteiro, Espartero o Fortunata y Jacinta. El ninguneo está condenando a Buero a lo que en el argot literario se conoce como el “Purgatorio de los escritores”, una estancia intermedia entre el Cielo y el Infierno desde su muerte hasta la reposición de alguna obra. El ayuntamiento de Madrid lo considera un franquista, “pues –argumentan- si estrenaba en tiempos de Franco sería por algo”. Además, sus dos teatros (Español y Matadero) han estado descabezados tras la llegada podemista.  Dos directores luchan por subir a escena alguna de las incombustibles obras de Buero. “Es incomprensible e indignante”, clama Manuel Canseco. Premio Nacional de Teatro, Canseco intenta repetir el exitoso montaje de 1997–con Buero de espectador y su mujer, Victoria Rodríguez en el escenario- de El tragaluz, un hondo drama sobre el olvido y la desmemoria. En Molina pervive el recuerdo de la representación en 1967 con un cine Aguilar abarrotado de ‘En la ardiente oscuridad’, una obra no menor que la más emblemática Historia de una escalera. En el entreacto, unos jóvenes forasteros cantaron Vientos del Pueblo, del poeta Miguel Hernández. “No suena mal, pero a ver si nos metemos en un lío”, movía preocupado la cabeza don José, director del evento.