Buero Vallejo, todo un estilo
Buero Vallejo busca y encuentra la armonización de todos los elementos que integran su universo dramático y articula con coherencia los planos citados.
Nació D. Antonio Buero Vallejo el 29 de septiembre de 1916 en la ciudad de Guadalajara, y murió en Madrid el 28. abril de 2000. Hijo de un militar, fusilado en la Guerra, fue movilizado con 20 años; tras la contienda perdida, es juzgado y condenado a muerte por adhesión a la rebelión en Madrid. En esta situación indigna, pues tenía una conducta intachable, estuvo desde 1939 hasta 1946, en que fue puesto en libertad. Yo creo que es un deber de paisanaje, sin hacer un panegírico, reivindicar su enorme valía y glosar, aunque sea de modo ligero, la figura antológica de este referente.
Él reacciona al panorama plano y anémico del teatro anterior salvo honrosas excepciones, con una trayectoria profunda y excelente. Es un trágico de su tiempo, y de cualquier tiempo. Para él, la tragedia tenía una doble función: la de inquietar y la de curar al espectador. Y a ello aplica su talento y sus preocupaciones, haciendo una síntesis totalizadora de todo lo humano. Por un lado, en todas sus tragedias plantea problemas sin imponer soluciones, y lanza preguntas que hagan posible una reflexión. Y por otro, nos invita a una superación personal y colectiva en contra de las fuerzas negativas, que marcan la adversidad. Y en verdad que lo consigue, pues en el núcleo de su concepción trágica se vislumbra siempre un rayo de esperanza.
Respecto del fondo de su obra, hay que decir que expresa de forma plástica el deseo de realización humana, así como las limitaciones concretas que se oponen a ella. Significa la búsqueda constante de la felicidad y del bien, que se ven rotos en el choque frontal contra las circunstancias concretas de la vida. Además, se observan los conflictos en el plano existencial y en el plano social, pero ambos están en íntima conexión. En el primero, destaca el sentido de la vida y la condición humana. En el segundo, la implícita denuncia de las injustas condiciones sociales. Su significación social y política es la lucha de la libertad contra la explotación. También, en este orden de la temática, hay que distinguir entre el realismo y el simbolismo. Estos, no pueden ser criterios para una bipartición de sus obras, porque ello sería una visión parcial e inexacta. Se trata de un predominio y no de una exclusión. En general, el realismo late oculto en la tendencia simbólica, y el simbolismo lo hace cuando la tendencia dominante es la realista. El propio Buero Vallejo señalaba que debería hablarse de un “realismo simbólico”. Su teatro es realista, porque se enfrenta a la realidad y no la enmascara. Pero el concepto de realidad, para Buero es muy amplio, ya que lo simbólico es otro modo de lo real. Así que, cada acción, cada situación y cada obra pueden significar varias cosas al mismo tiempo. Por lo que atañe a los personajes se puede constatar que casi todos ellos presentan deficiencias físicas: la ceguera es una tara recurrente y supone todo un símbolo de la miseria existencial o de la alienación social. Ante esto, nuestro autor se plantea una cuestión dialéctica de carácter disyuntivo: la de si debemos aceptar nuestras limitaciones y ser felices en medio de ellas, o si, por el contrario, tendríamos que rebelarnos, aunque no esté a nuestro alcance la posibilidad de superarlas. Es interesante, en este capítulo, el estudio de la oposición significativa entre los personajes activos, que no aceptan su situación, y los contemplativos, que se resignan a ella.
En lo que se refiere a la técnica dramática y a las innovaciones formales, son destacables tres aspectos: primero, que introduce al espectador en el mundo creado, con el efecto de participación, si bien, a veces, echa mano del efecto de distanciamiento. Segundo: recurre siempre a unas construcciones simbólicas como medio de eludir el obstáculo de la censura, eso sí, sin renunciar a sus planteamientos ni convicciones. Y por último, utiliza a menudo el recurso a la reflexión histórica y a su revisión, no tanto como un modo de obviar el Régimen, cuanto por su propósito de resucitar el pasado para relacionarlo con los hechos presentes y poder así aclarar situaciones actuales.
Buero Vallejo, sin abandonar nunca la forma dramática (aristotélica), como hace B. Brecht creando la forma épica, busca y encuentra la armonización de todos los elementos que integran su universo dramático y articula, con la máxima coherencia, los planos anteriormente citados. Y, sobre todo, no se ha apartado jamás de aquello en lo que consiste su tarea, -dice él- “en la búsqueda de la verdad y en la crítica de los males de la sociedad”, creando así una excelente obra dramática, la de mayor rango en el teatro español de la posguerra.
A este hombre humilde y valiente, genial y reflexivo, se le ha reconocido con importantísimos premios a lo largo de su vida. Así, con el Lope de Vega, con el nombramiento de Académico de la Lengua, el Nacional de Teatro, el Miguel de Cervantes, el Nacional de las Letras, El Espectador y la Crítica en varias ocasiones, la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes, y finalmente, como no podía ser menos, con la Medalla de Oro de la Diputación Provincial de Guadalajara y con el Nombramiento de Hijo Predilecto de esta Provincia - rubricado esto por el Ayuntamiento de la Capital y las Instituciones regionales. No es de extrañar que fuera propuesto para el Premio Nobel y, aunque no prosperó tal propuesta, ni su vida física transcendió al S. XXI, yo estoy seguro de que su obra, dotada de gran integridad y reciedumbre moral, será una antorcha cuyo resplandor ilumine nuestra marcha en el futuro. ¡Otro gran centenario!