Cabezas de pepino
01/06/2011 - 00:00
Hace falta tener cabeza de pepino para endosarle a las importaciones agrícolas españolas su connivencia con la bacteria "escherichica coli" por quitarse de encima un problema de salud pública. Y eso es lo que han hecho las autoridades alemanas, culpar a terceros de su propio problema, al señalar a nuestros pepinos del sur como culpables de la muerte de dieciséis personas y más de trescientos afectados de gravedad.
Sí, rectificaron después de una semana. Cierto. Finalmente el Gobierno alemán, por boca de su ministro de Agricultura, Albert Kloos, acabó reconociendo que los pepinos españoles no tenían ninguna culpa del brote. Pero el mal ya estaba hecho. En tangibles y en intangibles.
Es decir, en perjuicios materiales y en graves desperfectos sobre nuestra imagen de marca, cuya reparación concierne al Estado alemán y a la Unión Europea.
Tampoco pueden irse de rositas las autoridades españolas, cuya reacción ante la causa general de Alemania contra los pepinos españoles fue tardía y tibia, tanto en los argumentos de réplica como en el rango de los cargos oficiales que trataron de hacer frente a este despropósito.
Tienen razón los responsables de las organizaciones agrarias, las cooperativas hortofrutícolas del sur y los sindicatos cuando hablan de escasa contundencia en la reacción oficial española. Más preciso estuvo el presidente de la Asociación de Exportadores de Frutas y Hortalizas de Murcia, Fernando Gómez, al declarar que el mismo presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, tuvo que haberse plantado inmediatamente ante las autoridades de Berlín y de Bruselas para defender los intereses nacionales.
Pero el caso es que no se hicieron bien las cosas y ahora, a pesar de la rectificación alemana, el mal ya está hecho. En pérdida de puestos de trabajo y cientos de millones de euros distraídos en la facturación de nuestros excelentes productos agrícolas.
Así va a pagar España el precio de la frivolidad germana. Alemania actuó con precipitación y con escandalosa ignorancia de los protocolos previstos por la normativa europea en este tipo de situaciones. Una verdadera ignominia sólo explicable por la enorme distancia que separa a Alemania de España en el cuadro de las relaciones de poder.
Ha dado la impresión de que, por tratarse de uno de esos países secuestrados por la prima de riesgo en la periferia de la recuperación económica, no valía la pena tomarse la molestia de esperar los resultados de unos análisis, concertarse con las autoridades españolas, ni siquiera con las europeas, escuchar a los expertos o reconstruir los itinerarios de las partidas de pepinos. Lo fácil, lo cómodo, era abrir una irresponsable causa general contra nuestros productos agrícolas para disimular la desidia de las autoridades alemanas ante un serio problema de salud pública cuya factura acabaremos pagando los españoles.
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