Cambios en las rondas navideñas

05/01/2025 - 14:08 José Antonio Alonso/Etnólogo

Se cumplen, ahora, cuarenta años del nacimiento de los Encuentros de Música Tradicional Navideña de Guadalajara, organizados por la Institución “Marqués de Santillana” de la Diputación, antecedentes directos, en el tiempo y en el formato, de los actuales encuentros en nuestra provincia. 

legan los Reyes y, con esa fiesta tan entrañable de evocaciones infantiles, daremos por cerrado el  llamado “Ciclo de Navidad”, un cierre momentáneo, porque el ciclo anual vuelve a empezar y ya se asomaron por aquí los primeros enmascarados propiciatorios de la Campiña agricultora –Alarilla y Humanes-. 

El ciclo anual es lo que tiene: que no para; cambia, eso sí, a veces sin darnos cuenta, porque la rueda va experimentando sus cambios  en cada vuelta del engranaje, pero no para, a pesar de los cambios y de las ausencias. Ya lo dice una de las coplas más realistas y tristes que parió la Navidad por estos pagos:

La Nochebuena se viene/, la Nochebuena se va,

y nosotros nos iremos/ y no volveremos más.

Pero para percibir los cambios en los ritos tienen que pasar, a veces, muchos años y muchas cosas. Un buen día, meditando, sentados frente a la chimenea del fuego, que todo lo destruye y purifica, caemos en la cuenta de que algo ha cambiado o está cambiando. Embelesado por los juegos flamígeros de la incandescente luminaria, pienso en aquellas navidades de rondas infantiles serranas con las zambombitas de botes de conserva, pellejo animal y pajitas de centeno, pidiendo el “aguilando” necesario para llenar los estómagos vacíos, por las cuestas empinadas a cambio de una “güeña”  o unas nueces, con los testigos silentes de los chorlitos que pendían de los aleros de pizarra; y luego también por las calles en llano de Marchamalo, camino de la ermita de la Soledad, cantando villancicos a cambio de unas monedas que luego repartíamos para comprar golosinas. 

Programa del III Encuentro de Música Tradicional Navideña. Guadalajara, 1986.

No, no creo que se vean ya muchos niños pidiendo por las calles, en estas Navidades a punto de finiquitarse. Sí salieron, hace poco, algunos pidiendo caramelos, por aquello del “truco o trato” del Hallowen -o jaloguin,  en castellano macarrónico-, con su parafernalia de muertos vivientes, telarañas de espray y escobas brujeriles. Las rondas navideñas que quedan por estos pagos pueden verse en las muestras y certámenes de villancicos, que proliferaron a partir de aquellos primeros “Encuentros de Música Tradicional Navideña” que, desde mediados de los años 80, empezó a organizar, anualmente, la Sección de Etnología de la Institución “Marqués de Santillana” de la Diputación Provincial.

Estábamos, ya  entonces, y seguimos estando, en la sociedad del espectáculo. Pasamos de las rondas por las calles al espectáculo en los escenarios, pero conservando todavía el poso de la tradición y esa frescura  y alegría de las rondas tradicionales de nuestra tierra; porque, además de  en los escenarios, las rondas siguen desgranando sus ricos y añejos repertorios, alrededor de las lumbres que los organizadores preparan para calentar el caldo, las migas y el chorizo, que sacian los estómagos, ayudados por el vinillo y por el aguardiente de Morillejo, que siguen estando presentes en estas muestras de folklore popular y que dan a la Navidad ese toque tan nuestro que la hacen entrañable, similar y diferente a la vez, de otras parecidas, en otras dimensiones geográficas.

Tengo que confesar que me preocupa la media de edad que observo en la mayoría de estos grupos y rondas, y que esa preocupación es compartida por muchos otros compañeros de camino en este mundillo de la cultura tradicional, porque, salvo excepciones honrosas, se ven pocos niños y jóvenes en este tipo de eventos. A lo mejor tenemos que plantearnos que hay un problema de relevo generacional y que algo habría que hacer para solucionar este contratiempo.

Ronda Navideña. El Alamín. Guadalajara. Foto: Mavi. Colección: Félix Nolasco.

Nuestra provincia, castigada -no lo olvidemos- por una cruel emigración, ha sido modélica en la recuperación de su patrimonio inmaterial y material tradicional. Ahí está la tarea de la Diputación y otras instituciones, asociaciones y colectivos,  con iniciativas como el fomento de este tipo de encuentros aludidos, la revista Cuadernos de Etnología  los calendarios de fiestas tradicionales, la creación y puesta en marcha de museos y centros de interpretación y la creación de la Escuela de Folklore, que ahora cumple su 40 aniversario, por citar algunos ejemplos. 

Pero yo creo que se echa en falta una apuesta decidida en el campo de la enseñanza reglada, en los centros de educación, si es que nos creemos, de verdad, que este patrimonio tradicional merece la pena ser protegido de manera efectiva, conocido y difundido en los niveles y con los sistemas adecuados, tal y como las leyes de patrimonio, que nos hemos otorgado, recogen.

El caso es que hay muchos centros que recogen ya en sus programaciones esa preocupación por el patrimonio etnográfico, pero,  en esta provincia, chocamos de frente con el gran problema de los desiertos poblacionales y, claro, donde no hay población no hay niños, donde no hay niños no hay escuelas, y donde no hay escuelas no hay futuro, por mucho que algunos ayuntamientos hagan un esfuerzo titánico para fijar población. En algunas localidades ponen casa e instalaciones, prácticamente gratis, para los que atiendan el bar, en otros ceden la casa para las familias que aporten niños para las escuelas, con tal de no verlas cerradas. Y así se va aguantando el tirón. ¡Qué mérito tan grande el de estos alcaldes y ayuntamientos, sacrificados por el bien colectivo, con una entrega ejemplar, poniendo su tiempo, y energías para salvar a sus pueblos de la desaparición, del abandono, de la nada! ¡Qué ejemplo el de esos pueblos en los que los vecinos hacen turnos, en invierno, para que todas las noches duerma alguna familia para velar por la seguridad del pueblo! 

Ronda 'Los Carrozas' de Cifuentes, en Torija, 2024.

Güeña: dice el diccionario de la Academia que, en las provincias de Cuenca, Guadalajara y Soria, se emplea para denominar al “chorizo de sábado”. En casa llamábamos así a un chorizo de color más pardo, menos rojizo que el habitual, que se preparaba a base de vísceras y otras carnes menos apreciadas, pero que tenía también un delicioso sabor.