Campeonato bombillero
Parece que las fiestas navideñas han pasado de ser celebraciones religiosas a competiciones políticas.
Como si no hubiera otros problemas y necesidades, muchos alcaldes han echado el resto en que su árbol sea el más alto de España y una iluminación que gane en bombillas incluso a municipios de otros continentes. El gasto parece lo de menos.
Mientras en la comunidad valenciana no pueden con los lodos y en España con los lodazales políticos, hasta pueblos menores se han engalanado con árboles, guirnaldas y estrellas metálicas que parpadean y hasta te impiden contemplar el cielo estrellado de verdad.
Dice un colega que a las competencias pecuniarias de los ayuntamientos españoles, que no son moco de pavo (suelo, urbanismo, vivienda, etc.), se ha unido la de decidir cuándo empieza la Navidad. Apretando botones ante las cámaras o a la chita callando encendiendo asombrosos decorados.
Una vez cobrados los ibis y otros impuestos y tasas, los alcaldes se han convertido en los nuevos predicadores del llamado espíritu navideño hasta pasados los Reyes Magos. Los sacerdotes de antaño se lo ampliaban a los cristianos con la obligación de ser buenos durante todo el año.
Bien mirado, tampoco vas a montar un árbol y tanta luminaria para unos cuantos días, aunque el vecindario acabará hasta la coronilla. Tampoco resulta rentable políticamente en ciudades como Barcelona desempolvar belenes o nacimientos considerados una tradición facha y viejuna.
Jaume Collboni, su alcalde con ayuda del PP, ha prescindido del pesebre en la plaza de Sant Jaume, para acabar con la tradición de criticarlo. En la línea agnóstica de Colau ha montado una imponente e intermitente estrella con formato meteorito de 20 puntas y 2,5 toneladas.
Parece que el regidor de Molina de Aragón, correligionario, anda con la caja perjudicada para imitaciones. Pese a la primera y peculiar Nochebuena del sábado.