Campos de Guadalajara


Los agricultores y ganaderos han salido a la calle para reivindicar, principalmente y entre otras cosas, la estricta aplicación de la Ley de Cadena Alimentaria (que fija unos precios mínimos para el productor y una concatenación de márgenes y de costes a las siguientes fases de la venta al público) y la doble moral de la Unión Europea a la hora de establecer unos requisitos productivos a sus miembros pero permite la venta de producto extracomunitario sin esos mismos umbrales de calidad o de fabricación ecológica. Dicho en pocas líneas, que no tiene ningún sentido comprar el limón en el campo a 0,15€/kg y venderlo en Mercadona por 2,65€/kg o que el productor español tenga la obligación de hacer su tomate ecológico mientras que el marroquí (por ejemplo) venga bendecido en glifosato con total libertad. Otras de las reivindicaciones del sector primario también la sufren el resto de sectores, como el aumento de materias primas (incremento más que lineal del Gasoleo B o Gasoleo Agrícola) o la falta de cobertura de los seguros agrarios, dejando a veces “a la ruleta” de las inclemencias meteorológicas la liquidación final de la temporada. Más allá de la politización que se hace siempre de cualquier manifestación, es cierto que si no se ponen medidas o se focaliza en esta materia, en una década, la mayoría de nuestra alimentación vendrá allende de nuestras fronteras europeas porque no podrá competir con el producto internacional. Cuando el bolsillo aprieta, nadie observa el pasaporte del tomate. La gusa y el presupuesto familiar mandan. Ayer, hoy y siempre. 

    Los problemas del campo, no son más que el iceberg de otros tantísimos problemas que afloran en la economía actual. Algunos de ellos, llueven sobre mojado. Si a las precarias condiciones de los agricultores, que deben buscarse la vida tratando de vender sin intermediarios su producto, se añade la situación de la mal llamada España vaciada, pues vemos cómo habrá un porcentaje cada vez mayor de nuestro territorio que se convertirá en un desierto a todos los niveles. ¿Qué paso con las grandes manifestaciones y promesas hacia lo rural y hacia lo interior? ¿Qué ha sido de esos programas de desarrollo comarcal de la Laponia castellana? Lo de siempre. Palabras y más palabras. La realidad, tozuda y errática, hace que con dos aseveraciones y trescientas pesetas, no de para motivar a cientos de miles de personas a abandonar sus maravillosos atascos y bellos zulos residenciales urbanos por sus terribles espacios abiertos y apocalípticas faltas de oportunidades online. Si no se afianza gente en el entorno rural y no hay oportunidades de prosperar en una de las patas básicas de la economía, ¿quién va a residir a más de 20 minutos de una autovía en este país? Se lo digo: Absolutamente nadie.

    Vamos a poner un ejemplo cercano: hace pocas semanas apareció en el BOE un nuevo “recordatorio” de las ayudas a la reestructuración y reconversión del viñedo basado en el arranque y poda de viñas, que sirve de avanzadilla de la futura “adaptación” de otros cultivos leñosos. Eso significa que muchas zonas de producción de vino y aceite de la Alcarria (la de Guadalajara y la de Cuenca) van a erradicar muchas hectáreas de sus cultivos históricos, cambiando el paisaje de manera radical y eliminando una posible salida profesional que de por sí, no está funcionando, tal como nos recuerdan los piquetes y tractoradas telediario sí y noticiero también. Mientras tanto parece que lo único que se va a sembrar en nuestra tierra van a ser células fotovoltaicas, que empleo generan poco. A lo mejor es necesario reflexionar sobre qué hacemos con el terreno sobre el cual no se ponen ni cimientos ni asfalto ni hormigón.

    Parafraseando a Antonio Machado en su atemporal Campos de Castilla, disertando sobre Soria, nuestra hermana del norte con acordes de Gabinete Caligari, recuerda una realidad no muy ajena a hoy en día: “La vieja mira al campo, cual si oyera pasos sobre la nieve. Nadie pasa. Desierta la vecina carretera, desierto el campo en torno a la casa”. Se escribió hace 112 años, y salvo el cambio climático, todo sigue igual. No queda ni el Cristo de Semana Santa en los pueblos y nuestra alimentación vendrá de fuera. Los campos de Guadalajara serán casas rurales y placas solares. Tenemos que volver a enseñar a nuestros niños que la leche no se ordeña del supermercado, sino de las vacas que tienen fecha de caducidad. Tic, tac. Tic, tac.