Caperucita

21/12/2018 - 14:11 Jesús de Andrés

Su madre, Maite, profesora-tutora en el Centro Asociado de la UNED en Zamora, no encuentra palabras para expresar lo que siente.

Laura Luelmo no salió para ir a casa de su abuelita. Salió a correr por el campo, a hacer ejercicio, como salen miles de runners todos los días. Laura Luelmo no se encontró a un lobo en el bosque. Ningún lobo, ningún mamífero, cometería una atrocidad de tal calibre con un miembro de su especie. Se encontró con un humano salvaje, con un ser primitivo que pensó que podía hacer lo que quisiera –incluso quitarle la vida– con esa mujer que acaba de llegar a vivir cerca de su casa. El final de la historia ya lo conocen. No hubo cazadores que llegaran a tiempo y acabaran con la bestia, nadie pudo rescatarla.

Se suma así el nombre de Laura a un largo listado de víctimas de agresiones sexuales machistas, a esa historia trágica de nuestra crónica más negra. Una mujer joven, de apenas 26 años, que estaba en lo mejor de su vida, que se había estado formando durante años y comenzaba a dar sus primeros pasos profesionales haciendo sustituciones allí donde la llamaban. Estudiante de Bellas Artes, profesora de Dibujo, opositora que preparó sus oposiciones como especialista, una alumna vocacional que estudió lejos de su casa para obtener un máster y seguirse formando… Todo ello roto por la decisión de ese ser que se cruzó en su camino. Una vida que no le fue permitido vivir: su desarrollo profesional, su afición por la pintura, sus viajes, su pareja, los hijos que nunca tendrá.

Su madre, Maite, profesora-tutora en el Centro Asociado de la UNED en Zamora, no encuentra palabras para expresar lo que siente, no es capaz de asimilar el zarpazo que la vida le ha dado a ella y a su familia. No quiere protagonismos de ningún tipo, tan sólo que nadie añada más dolor al que ahora sufren, que nadie utilice su desgracia para fines espurios, que nadie se arrogue su defensa buscando beneficios propios. No hay derecho a que cosas así ocurran hoy en día, no hay derecho a que alguien muera cuando sale a correr porque alguien decida acabar contigo.

Las mujeres tienen miedo, ahí está la realidad para demostrar que deben tenerlo. El cuento de Caperucita se elaboró con leyendas locales y mitos universales. La mujer debe cuidarse, sobre todo tras llevar esa capa roja llamada menstruación, porque en el bosque de la vida hay peligros de los que debe protegerse. Perrault recogió esa historia a finales del siglo XVII y la reconvirtió haciéndola asequible a los niños con un final feliz en el que los cazadores salvan a Caperucita y a su amable abuelita, acabando con el lobo. El final feliz hoy en día sería aquel en el que no haya caperucitas amenazadas por la lujuria de seres abominables, que haya mujeres libres que vayan por la vida sin pedir permiso y sin miedo, sin nadie que las amenace.