Cataluña y la torpeza de la izquierda
La fórmula definitiva del próximo Gobierno catalán va a depender de diversos matices en el resultado electoral del domingo 28. A no ser que se produzca la mayoría absoluta de CiU o que el tripartito obtenga mejores resultados que los que se vaticinan y ello obligue a un vuelco de las previsiones, hipótesis más bien remotas. Tampoco parece muy probable la llamada sociovergencia, una coalición entre CiU y PSC, que daría lugar a un Gobierno muy fuerte en la Generalitat y de un alto grado de sentido de la responsabilidad, empezando por el solo hecho de que se constituyera. Lo que pasa es que los partidos andan más engolfados en sus intereses propios que en los intereses generales, algo en lo que hemos ido hacia atrás desde los tiempos de la transición. Tampoco el Gobierno en minoría es lo más aconsejable y sin embargo lo más probable, tal como están las cosas y a juzgar por las reiteradas declaraciones de Artur Mas. Sin perder de vista que el mapa político catalán es en extremo complicado y muy proclive a la difícil gobernabilidad. Los efectos devastadores de la crisis económica también se han dejado sentir en esta etapa de cambio en Cataluña, pues, se quiera o no se quiera, el PSC de José Montilla se ha contaminado de la pérdida de confianza en Zapatero y su Gobierno. Aunque tal vez el motivo principal de la caída en las previsiones del actual tripartito resida en la torpeza de la izquierda en la administración de su propia política. Si se lo hubieran planeado así, no les habría salido mejor la carrera hacia el fracaso. Curiosamente, de eso no parecen darse cuenta, o no quieren hacerlo, los tres partidos mencionados, especialmente ERC, que se ha empecinado estos años en perder perspectivas y apoyos electorales en todos los campos imaginables. Si esos partidos de verdad sintieran su naturaleza de izquierdas, no habrían hecho tantas estupideces ni hubieran malgastado de esa manera el capital político con el que partían hace siete años. Y todo eso hasta que la izquierda en general logre salir de ese ridículo síndrome de autodestrucción.