Catedral con patatas

28/10/2018 - 11:41 Javier Sanz

La catedral, en fin, cumple 850 años y le han plantado en el atrio unas mesas para degustar lo que cocinan Carmen Lomana o Boris Izarraguirre.

Como en las bodas del Hola, aunque ahora cuelan hasta a Paquirrín, ya conocemos el menú de la cena de la noche del domingo: Catedral con patatas (o con papas, una hora menos). Coincide el Gran Hermano Vip de la Cocina española con el 850 aniversario de la consagración de la basílica seguntina, qué cosa mejor para irse a la 1 en vez de dar en la 2 un monográfico sobre los ocho siglos y medio alrededor del gran templo, y algo más, de la provincia.

La vida de Sigüenza ha sido la vida de su catedral, bien plantada en el centro de la ciudad y no casualmente, donde permanece por los siglos aunque el capitán de la gran nave haya escapado Henares abajo en una zodiac. Uno se imagina la mágica vida de la sede episcopal, malgré tout, alrededor de este formidable edificio que levantó el tiempo de abajo arriba, con sus vecinos talleres de albañiles, canteros, marmolistas, herreros, entalladores, carpinteros, ebanistas, vidrieros, pintores, tapiceros, organeros, plateros, orfebres y otros artistas y artesanos bajo la dirección de los maestros arquitectos que se fueron sucediendo en el atril para armonizar la historia de esta nave que va irremediablemente hacia una eternidad que no lo era pues al planeta dicen le falta combustible y le sobra calor en los polos y plástico en el fondo de los mares. Y uno habría querido ser niño, siempre niño, niño viejo, observando el ir y volver de tanto hombre con un ingenio en la cabeza que acababa encajado en su sitio con la precisión de una pieza de Lego tras pulirlo durante muchas noches de insomnio blanco. Ahí sigue.

El espinazo artístico de España son sus catedrales, de ahí brota todo lo que vino después. Ahora toca politizar el asunto con inmatriculaciones y con guerrillas de si fue antes en Córdoba, por ejemplo, el huevo árabe que la gallina ibérica, todo en vez de pedir una lista al deán con las urgencias del templo, por distrito, y arrimar el hombro en lo que se pueda. Existe un revival que uno daba por liquidado, el de pedir cuentas antes de sentarse a ver de qué va la cosa, pero el país gasta un octanaje político que gripa todo motor que riega. 

La catedral, en fin, cumple 850 años y le han plantado en el atrio unas mesas para degustar lo que cocinan Carmen Lomana o Boris Izaguirre, nuevos en esta plaza. Valga todo por la patria y el domingo nos cenaremos la catedral con patatas, previa bronca del trío de profesores a los que, menos mal, auxiliarán Enrique y Eduardo Pérez, la penúltima alegría de Sigüenza con su estrella Michelin. Dentro, el homónimo, libro aun por la mitad, anda dándole vueltas a pedirles derechos de imagen y marca.