Cela en mi casa

13/07/2018 - 14:40 Ciriaco Morón Arroyo

Cela llegó a Ithaca (Nueva York) y estuvo dos noches. La primera cenó en mi casa y allí congregamos a varios colegas y estudiantes españoles.

Este año 2018 es una especie de año jubilar de Viaje a la Alcarria de Camilo José Cela, publicado en 1948. Los dos últimos capítulos de ese libro cuentan sus vivencias en Pastrana y Zorita de los Canes, a donde le bajó don Paco (don Francisco Cortijo), el médico, en su coche de entonces: un Citroën que parecía un gran cajón negro semoviente (auto-móvil). Una cosa debo señalar en el capítulo sobre Pastrana: en un momento dice Cela que en el pueblo a la Princesa de Éboli la llamaban “la puta” (sic). Como yo no había oído jamás tal calificativo, le pregunté a don Paco por el origen de ese bulo, y me señaló al autor, “el tio Curro”, un viejo paseante de la Plaza de la Hora, que se encontró con Cela a la mañana siguiente de su llegada a Pastrana, donde se alojó en la fonda la tia Eloísa, no de la tia María, como se lee en algunos relatos. No recuerdo si fue en 1985 o 1986, pero antes de escribir Cristo versus Arizona (1987) y, desde luego antes de recibir el Premio Nobel en 1989, Cela hizo una gira de conferencias por universidades de los Estados Unidos, y entre ellas visitó la mía: Cornell. Le invitó el colega John Kronik (1931-2006), que había tenido relación con el escritor desde los años 60, cuando publicó una edición de La familia de Pascual Duarte, con notas y vocabulario, acomodada para los estudiantes de college y publicó algunos artículos más sobre el escritor (García Marquina cita cuatro veces a Kronik en su monumental libro Cela, retrato de un Nobel (Guadalajara, 2016). Cela llegó a Ithaca, N. Y., y estuvo dos noches; la primera cenó en mi casa y allí congregamos a varios colegas y a unos veinte estudiantes españoles que cursaban en Cornell. Hablamos, por supuesto, de su viaje a la Alcarria, de don Paco, de don Federico Díaz Falcón, que se había relacionado con él. Don Federico era de Ambite, algunas tardes de verano venía a Pastrana a comprar pan, y nos hicimos amigos. Escribió varios libros, como El doctor Alicante, La ciudad del silencio de Portopetro, etc. Según Cela, don Federico tenía vértigo y una vez que visitó al escritor en el piso séptimo de Ríos Rosas 54, le dijo que no podía estar cerca de ventanas. “Entonces tuve que buscar el único cuarto oscuro del piso, que era el baño de la muchacha: a él le puse una silla y yo me senté en la taza. Cuando llegó mi mujer pensó que estaba ante dos locos”. Por su estancia en Mallorca le pregunté a Cela si había tenido relación con el académico don Lorenzo Riber, y contestó: “sí, y además bajé con cierto placer su féretro de la sala donde murió al vestíbulo del edificio, porque había votado contra mí para la entrada en la Real Academia”. Sobre la censura de obras literarias durante la dictadura,  dijo que muchos le achacaban su holgazanería. “Yo creería en ese pretexto, si al morir Franco se hubieran desenterrado algunas obras ocultadas, pero no ha salido nada”. En cuanto a la política nos dijo que en la universidad de la que venía había tenido una experiencia desagradable; le preguntaron sobre su relación con el franquismo y sobre su etapa de censor: “Al final les dije: me han preguntado ustedes por anécdotas y chismes; de política nada”. Yo, naturalmente, seguí un principio elemental: si invitas a alguien a tu casa no es para ofenderle con chilindrinas. Al día siguiente, cuando le recogí del hotel, lo primero que me dijo fue: “¡Qué agradable la conversación anoche!”. El segundo día dio su conferencia sobre “el desinterés del escritor”; la dio en español, pero asistieron la mayoría de profesores de humanidades de la universidad, unas 600 personas. Por la noche cenamos en casa de la jefa del departamento, y mi mujer llevó dos tortillas españolas. Cela probó una y observó: “esta tortilla está muy buena”. La jefa del departamento dijo: “las ha hecho María”, y Cela apostilló: “ya decía yo que esto no lo hacía una americana”.