Cera democrática

20/12/2011 - 00:00 Rafael Torres


  Las figuras de un museo de cera se parecen a la realidad lo mismo que la música a la música militar, de esto tienen más experiencia en Londres dónde llevan un par de siglos con el Museo de Cera de Madame Tussauds cuyo principal encanto es reconocer a los que posan con expresión cérea, (nunca mejor dicho por lo que tiene de mortecino tanto el gesto como la iluminación). En Madrid tenemos también nuestro particular museo de los horrores en el que se entra con dignidad y se termina saliendo por la puerta del almacén, y a deshoras.

  La democracia en cera lleva a tropelías constantes, es mucho mejor pasar desapercibido para el museo que acabar en una refriega escondido entre la cuadrilla que acompañó a Manolete en la trágica tarde de agosto en Linares. Esta manera de aplicar justicia y "dar cera" lleva a que la figura de Iñaki Urdangarin haya pasado de vestir traje a llevar un chándal y aún puede decir que tiene suerte porque a Marichalar lo sacaron por la gatera, con un brazo en cabestrillo y con circo mediático.

  Nos encanta crear muñecos para luego lanzarlos a la pira, en Valencia lo hacen con más gracia, los convierten en "ninots", pero en el Museo de Cera los degradan, los almacenan, o los funden cómo si fuera chocolate y luego los reconvierten en otra cosa.

  Uno puede empezar siendo destacado estadista y terminar en cirio de capilla. Y no es que algunos personajes no se merezcan el escarnio y el afeamiento de su conducta, se trata de otra cosa, me refiero a esa manera tan nuestra de asomar la cabra al campanario y dejarla caer como hacen en Manganeses de la Polvorosa. En alguna parte del código genético tenemos arraigada la costumbre de linchar en plaza pública con la alegría que da compartir unas pipas y pasar la bota de vino.

  El espectáculo caníbal también es considerado una de las nobles artes que se pueden ejercitar sin que a uno le llamen poco evolucionado. Una vez que el primero se lanza a morder la pierna de la víctima los demás caerán sobre ella de manera entusiasta.

  Y, después, acudirán a una reunión familiar y abrazar a sus hijos con el cariño de los buenos padres. Goya nos dibujó con los pies en el barro y dándonos con el garrote, porque no llegó a conocer la dialéctica de los museos de cera. Pero tanto con barro como con cera se moldean las figuras, y aquí lo importante siempre fue quién tiene el garrote y contra quién lo aplica. Luego se verá si tenía razón, el caso es darle estopa, caña, "cera", ya sea duque o ex presidente del Gobierno. Y, luego cuándo nos hayamos cansado, buscar otro cráneo sobre el que estampar nuestras iras.