Civilización

23/12/2019 - 11:26 Jesús de Andrés

España tiene la suerte de pertenecer a la Unión Europea, de ser un país situado en un lugar privilegiado del planeta, de tener un enorme potencial.

Están cambiando los tiempos y posiblemente no nos estemos enterando. El cambio es consustancial a la sociedad. Cambia todo, todo cambia, que decía la canción, pero a veces no somos conscientes de ello. La victoria de Johnson en el Reino Unido es un signo más, la evidencia del derrotero que tomó la Historia hace tiempo, del que parece que no queremos darnos cuenta. No sólo es la decisión británica de salirse de la Unión Europea, es también la ruptura de la Organización Mundial del Comercio (OMC), la imposición de aranceles por parte de los Estados Unidos a todo aquel que ose a enfrentarse comercialmente a Trump, la irrupción de sistemas iliberales en la Europa Central o el auge de populismos de todo cuño. 

Llama la atención sobremanera que mientras que nosotros pasamos las semanas, los meses y los años enfrascados en si hay o no pacto de gobierno, en si lo de Cataluña tiene arreglo o no lo tiene, en fomentar o enfrentar a identidades paletas de corto alcance, el mundo, el resto de países, sobre todo los de más peso, estén a lo fundamental. Las cuestiones geopolíticas, es decir, las que tienen que ver con los recursos, la energía, la seguridad o el comercio internacional, son las que verdaderamente importan y aquí no sabemos ni de qué van esos debates. Reducidos a nuestra mísera realidad diaria, al eterno debate cortoplacista, al fomento de lo identitario, somos incapaces de actuar pensando en nuestro entorno, nuestras posibilidades y nuestro futuro. Mal asunto, porque otros tomarán ventaja. 

España tiene la suerte de pertenecer a la Unión Europea, de ser un país situado en un lugar privilegiado del planeta, de tener un enorme potencial. Tenemos una de las esperanzas de vida más elevadas (y de mayor calidad), vivimos en un entorno de respeto a los derechos humanos y a las libertades individuales. Pese a ello, los enemigos de nuestra civilización crecen por doquier. Y no sólo son aquellos que lo expresan claramente, también lo son quienes ponen la identidad de lo pequeño por encima de todo lo demás, quienes defendiendo lo nacional repudian las instituciones europeas, y quienes, en definitiva, anteponen su cortedad de miras a los verdaderos intereses individuales y colectivos.

Poco futuro tenemos en un entorno disgregador hacia dentro y hacia fuera. Al contrario, sólo siendo conscientes de nuestros intereses, de nuestra condición española y europea a la vez, como dos caras de una misma moneda, podremos afrontar un mañana con garantías de éxito que pase por defender los valores democráticos e ilustrados. Ese y no otro debería ser el proyecto de nuestros partidos. Y dejar fuera a todo aquel que lo cuestione, nuestra obligación.