Clase media regulera y las noches en Bardales


En esta semana ha salido publicado el informe del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España y los titulares no pueden ser más demoledores para la generación Z. Las dos principales sentencias que este estudio ha sacado a la luz son las siguientes: “Solo 16 de cada 100 jóvenes en España vive emancipado de sus padres” y “una persona joven debería destinar el 94% de su salario para vivir sola”. Por si no ha quedado suficientemente claro, vamos a volverlo a repetir en otras palabras igual de duras pero verídicas. Solo 1 de cada 6 jóvenes se independiza antes de los 30 años y es absolutamente imposible vivir de manera independiente en España sin estar en pareja o compartiendo espacio con familiares o amigos. Las cifras son un poco mejores que el año pasado, pero aún así, los datos europeos son el doble de buenos (o mejor dicho, la mitad de malos) que los de nuestra piel de toro. Cierto es que las cifras están sesgadas por el amplio abanico de edad (4% de los menores de 24 y el 37% de los mayores de 25) pero es un síntoma de lo que está pasando en nuestro entorno con varios asuntos que deberían ser de primera necesidad como la vivienda, la familia, el empleo. Y no el volquete de tonterías del debate político nacional que no importan ni al que lo dice. La rosácea de las mejillas no es por el frío, es por el auténtico bochorno de obviar los temas que importan.

Hace unas semanas, siguiendo con los gurús y profetas de redes sociales, el dueño de la cadena de supermercados y congelados La Sirena, decía que para él (José Elías tendrá algo menos de 50 años), la clase media era aquélla que permitía que una persona soltera pudiera pagarse su piso, tener coche en propiedad, irse 2-3 semanas de vacaciones al año y salir la última semana del mes a cenar fuera de casa sin estar contando los céntimos de la cuenta corriente o las telarañas del bolsillo. Y en el fondo no le falta razón. Esas son las expectativas que nos han inculcado en la calle durante nuestra infancia en los 90 y durante nuestra juventud en la transición al euro. Que si estudiábamos, comíamos todo lo del plato, mirábamos a ambos lados de la calle cuando el monigote estuviera en rojo, éramos buenas personas y trabajábamos duro, íbamos a tener la vida resuelta y prosperar más que nuestros padres. Y no fueron ensoñaciones kalimotxeras de mis años mozos, ¡es que nos lo repetían en la facultad como si fuera un mantra! Tengo apuntes y lecciones extraídos con sangre, sudor y lágrimas de las entrañas de Plaza de la Victoria en Alcalá de Henares que dicen: “Trabaja Simba y todo lo que ves -algún día- será tuyo”. Y por aquí, todavía no han venido ni el facóquero ni el suricato cantando para mostrar la línea de meta. Este párrafo no deja de ser más que un desahogo generacional a la eterna promesa de un futuro mejor y que año más año está más y más lejano. Trabajar el doble para ganar la mitad. Expectativas incumplidas, sueños rotos y de fondo, balada triste de trompeta cantando quién parrús me ha robado el mes de abril de todas y cada una de las primaveras. Y lo único constitucional que existe es que hacen falta dos sueldos en una casa para llegar a fin de mes si hay tres o más bocas que alimentar. La nueva normalidad.

La subida del Salario Mínimo Interprofesional a 1.326 euros (12 pagas) con un coste de empresa de 21.000 euros anuales, dentro del mayor aumento de rentas y de cotizaciones a 2-3 millones de trabajadores, no da ninguna solución real a los problemas de vivienda de los jóvenes. Al contrario. Que cada vez más el salario mínimo se acerque al salario modal o al salario mediano, supone un menoscabo de muchos trabajadores con cualificación profesional que ven cómo no existe un incentivo formativo que valga la pena a medio plazo. España tiene poca productividad media y un enorme problema empresarial de trasladar muchos de los costes internos a los clientes del sector servicios porque no se valora el trabajo realizado. El Gobierno ha apostado por repartir el empleo (políticas de conciliación, aumento del SMI, reducción de la jornada laboral a 38,5 horas en 2024, 37,5 en 2025, rigidez del mercado) a la espera de aguantar la futura corrección económica de deuda que viene en el horizonte. España aguantará el tiempo que sea preciso mientras siga habiendo trabajo, pero cuando la tributación caiga y haya que pagar subsidios, esto será un sálvese quien pueda financiado con deuda pública, fondos europeos, abrazos resilientes, el piso del yayo o las joyas de la tata. Al final, los abuelos soportarán a los hijos con su pensión y los nietos tendrán que estudiar para una nueva promesa del  Macondo prometido. Mientras tanto, la clase media regulera seguirá echando las noches del sábado en la Volvoreta como Bardem y Tosar pasaban las mañanas del lunes al Sol. No hay problema. Hakuna Matata.