Cogolludo y el vino


Un empresario bilbaíno, Yñigo Míguez, ha restaurado el viejo convento de Cogolludo y ha puesto en valor una ruina.

Hay noticias que, a la tripa vacía, entiéndase provincia, le saben a jamón y queso con lomo de orza y licor bendito. El convento de El Carmen de Cogolludo se está convirtiendo en un centro de divulgación del vino. Un empresario bilbaíno, Yñigo Míguez, ha restaurado el edificio y ha puesto en valor una ruina. Míguez es dueño también del castillo de Guijosa, recientemente restaurado, y es propietario de la empresa “Castillos y vinos”, dedicada a la comercialización y exportación, y en menor medida, a la producción vinícola. Desde hace 15 años lleva trabajando en la resurrección de la enorme bodega que los carmelitas tienen en el convento y que a finales del siglo XVI era una de las más renombradas de Castillas. El antiguo cenobio no solo servirá para llevar a cabo catas, sino que se ofrecerá para la celebración de eventos y banquetes, y como escenario para conciertos y actividades culturales. Además, la bodega, que en el siglo XVI daba servicio a las 10.000viñas de los frailes, albergará las botellas de vino con la etiqueta Convento El Carmen, eso sí, con la D.O. Jumilla.

Sin duda es una buena iniciativa que, junto a la que desde hace años viene desarrollando de manera impecable la familia Fuentes, a pocos kilómetros, refuerza el maridaje entre el municipio de Cogolludo y el vino. Los tintos de Finca Río Negro son de una calidad excelente y su blanco con uva Gewürztraminer recibirá en unos días un merecido premio en Fitur 2020.

Cogolludo fue siempre tierra de buenos caldos. Tuvo su propio estatuto del vino. No sería de extrañar que el primer vino que se bebiera en América fuera de Cogolludo, sobre todo si es cierto la tesis que asegura que Cristóbal Colón nació por estas tierras y fue hijo de doña Aldonza de Mendoza.

Pero seguro que uno de sus mejores catadores fue Francisco de Quevedo, un gran bebedor, a la altura de su ingenio, alguien que fue capaz de jurarle al vino “amor contante más allá de la muerte” y que aseguró preferir morir en el vino “que vivir en el agua”. Amigo del Duque de Medinaceli y enemigo del Conde Duque de Olivares, pasó largas jornadas en el palacio de Cogolludo y en otro palacete que los duques tenían en Madrid fue apresado por los esbirros del Conde Duque, tras escribir un memorial contra el valido.

Quevedo fue un hombre que derrochaba vida. En ese menester, el vino jugaba un papel esencial: “Para conservar la salud y cobrarla si se pierde, conviene alargar en todo y en todas maneras el uso del beber vino, por ser, con moderación, el mejor vehículo del alimento y la más eficaz medicina”. Eso escribía el amigo de los Duques. Cuentan que en una ocasión iba con un grupo de amigos y viendo venir a un hombre sobre un borrico, se inventó esta ripia:

Ese pollino que viene

montado en otro pollino

no viene como conviene

que viene como con vino.

No era amigo, don Francisco, de las buenas aguas que se beben por la sierra, decía que “mejor quiero escupir mosquitos que oír a las ranas cantar”. Tal fue el ingenio y la inspiración que el vino despertaba en Francisco de Quevedo, que le escribió este genial soneto a los mosquitos que iban y morían en el vino, ahogados por ansiosos, con él termino esta entrada. Salud:

Tudescos Moscos de los sorbos finos,

caspa de las azumbres más sabrosas,

que porque el fuego tiene mariposas,

queréis que el mosto tenga marivinos.

Aves luquetes, átomos mezquinos,

motas borrachas, pájaras vinosas,

pelusas de los vinos envidiosas,

abejas de la miel de los tocinos,

liendres de la vendimia, yo os admito

en mi gaznate pues tenéis por soga

al nieto de la vid, licor bendito.

Tomad en el trazo hacia mi nuez la boga,

que bebiéndoos a todos, me desquito

del vino que bebiste y os ahoga.