Comer en la Sierra
12/11/2013 - 00:00
El último sábado de octubre me fui a disfrutar del otoño en la zona de la Arquitectura Negra, o sea más allá de Tamajón. No hice más que seguir mi propio consejo, el que di en mi reciente Brújula Alerta Otoñal a los que emperezan para viajar por la provincia.El paisaje, ya conocido, no me defraudó, pero a punto estuvimos de no encontrar un lugar donde comer. Y eso me hizo reflexionar sobre el cambio que han experimentado los pueblos en este y en todos los aspectos, y no sólo en esa turística comarca. Ahora es difícil no encontrar en la provincia, en un radio de 10 o 15 kilómetros, un lugar donde saciar el estómago. No ya con chorizo y un par de huevos, como se improvisaba en cualquier taberna o casa particular cuando urgía el apetito, sino un menú adecuado, por modesto que sea, aunque el precio parezca de ciudad. Recuerdo que no hace mucho más de 10 años no había en Tamajón, considerada la capital de la Sierra, más que un modesto restaurante. Ahora hay por lo menos tres, aunque la crisis también les afecta. Pese a ello, en los pueblos en que intentamos comer, Campillejo, Campillo de Ranas y Majaelrayo, no había ni una plaza de comensal y eso que en cada uno hay más de un restaurante. Se ve que es normal en esta época del año. Los pueblos estaban abarrotados de coches y eso que en ninguno era fiesta.
A lo mejor es porque en estas fechas la naturaleza luce sus mejores galas antes de que los bosques de hojas caedizas se queden desnudos. Volvimos dos horas después y ya no hubo problemas. Con lo que ese tiempo de espera nos vino bien para disfrutar de la grandeza de paisaje, a cuyo pie del Ocejón estábamos. Pero las nubes bajas que lo envolvían y que no desaparecieron en toda la tarde nos impidieron llegar a ver la cumbre. Esa cima a 2.060 metros de altitud tantas veces pisada por mí hasta que casi tenía 80 años. La enorme mole del Pico, cuya silueta pierde identidad de cerca, parece que aplasta el paisaje, por lo menos el urbano de los pueblos del entorno, que se confunden y casi se mimetizan entre la densidad forestal de las laderas. La reciente lluvia caída daba brillo y frescura a la vegetación haciendo más penetrante el olor a tierra mojada. Daba gusto viajar a marcha lenta con las ventanillas bajadas en una tarde de agradable temperatura, que permitió a algunos liberarse del tormento de las esperas en los restaurantes comiendo en un pinar o en alguna de las choperas.