Como hace 50 años
01/09/2011 - 00:00
Este verano 321 personas han perdido su vida en la carretera. El dato es brutal. Cualquier catástrofe que se cobrase en un momento una cifra tan elevada de víctimas nos haría temblar. Pero la desgracia repetida, inoculada con cuentagotas, termina haciéndose digerible para la sociedad, hasta rozar a veces los límites de la insensibilidad. Sólo en la comparación estadística encontramos razones para el optimismo, porque al revisar los anales de la siniestralidad en las carreteras el número de muertos nos retrotrae medio siglo, a la España del desarrollismo y del 600, cuando el número de coches era infinitamente menor al que hoy circulan por nuestro país.
Las estadísticas cuentan fallecidos y heridos y por eso nunca podremos poner nombres y apellidos a quienes sortearon la muerte. Podríamos ser cualquiera de nosotros o de los nuestros. Pero en estos 50 años, y muy especialmente en las tres últimas décadas, esa nómina desconocida, sólo imaginada, ha crecido de manera espectacular. Y la causa debemos encontrarla en una empresa colectiva. Han mejorado las infraestructuras y los sistemas de seguridad de los automóviles. La ley ha mutado hasta estrechar los márgenes a los excesos que son incompatibles con una conducción responsable y se han multiplicado los medios para perseguir a los infractores.
El carnet por puntos ha supuesto un avance incuestionable, pero de nada hubiera servido sin la responsabilidad conjunta de millones de conductores que cada día se ponen al volante.
Seguramente nunca alcancemos en esta materia el riesgo cero, pero eso no nos ha de permitir bajar la guardia. Hace años que dejamos en la cuneta la resignación ante lo que se consideraba una fatalidad asociada al avance de los tiempos. Pasó de moda presumir de haber conducido con unas copas de más superando los límites de velocidad. Y, por encima de cualquier estadística, es alentador contemplar a los niños colocarse el cinturón de seguridad con un gesto automático y llamar la atención de sus padres cuando aprietan el acelerador. Ninguna ley los supera en eficacia.
.