Con las vergüenzas al descubierto

02/12/2010 - 00:00 Antonio Casado

El serial sobre el espionaje de baja intensidad y el tráfico de influencias llevado a cabo por el Departamento de Estado es fascinante. Nos han permitido mirar por el ojo de la cerradura del poder. En este desfile de modelos se nos permite conocer cómo actúan personajes de la vida política, de la judicatura y de las finanzas de acuerdo a su propia naturaleza y no como aparentan ser. Averiguar que por una parte se simula un progresismo antinorteamericano y luego se colabora desde las instituciones para evitar investigaciones sobre Guantánamo o hacer la vista gorda sobre los vuelos de la CIA es clarificador de la doble moral que se ha instalado en algunos de quienes ocupan cargos de responsabilidad en las instituciones. La amenaza de que todo se puede llegar a saber -y no con el paso del tiempo, cuando los documentos sean desclasificados- puede ser motor de dos extremos: cambiar radicalmente los protocolos de seguridad para tratar de garantizar los secretos o desechar las conductas que ataquen a la ética. Pero ya no hay blindaje informativo que no pueda ser traspasado. Si en la era de las nuevas tecnologías se llega a instalar el convencimiento de que todo se sabrá, habremos ganado una batalla porque las personas inteligentes no harán nada que no pueda ser publicado sin que por lo menos se sonrojen. Me apasiona la posibilidad de conocer secretos sobre la banca internacional en una época en que el dinero se ha impuesto a la palabra y la economía a la política. Los mercados también deben tener su talón de Aquiles, y aunque su ética es la más laxa, convendría que nos armáramos conociendo directamente todas sus bajezas porque esta es una pelea a cara de perro. Vienen tiempos de lucha por la supervivencia de la política y la democracia. Esto es una guerra de guerrillas, de resistencia. Y nos hacen falta muchos jefes de partida para desarbolar las divisiones acorazadas de los mercados.