Constitución y democracia
11/12/2013 - 00:00
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 Nuestra constitución es la democracia, decía Aristóteles a los atenienses ante los numerosos pueblos, regímenes y formas de gobierno que rodeaban a Grecia y sus islas. Así consiguió reunir en un solo sistema a todos ellos. De esta manera nació el constitucionalismo occidental. Desde entonces, los Estados se dotan de una Constitución para poder vivir en unión y colaboración en medio de sus diferencias. En España tenemos una nueva Constitución desde 1978 que algunos pretenden cuestionar, contestar y revisar. Sin embargo, lo que necesitamos no es un cambio de la Constitución sino un cambio de nuestra conducta ante la Constitución. Ella es la base de nuestra convivencia y reúne las ideas, los valores, los ideales, las normas y derechos en que creemos todos. Lo que ha fracasado o evolucionado no son los objetivos fijados en ella sino nuestra actitud ante ellos. Todavía no se han agotado las posibilidades de su cumplimiento para que digamos que la Constitución ha sido superada o atrasada. No es la realidad la que supera a la norma sino la ley quien tiene que superar la realidad. Necesitamos reconstitucionalizar la vida y los comportamientos sociales. Avancemos en la anatomía constitucional.
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  Ella supuso un cambio de determinación en la política nacional. Pero nos seguimos preguntando ¿qué ha cambiado en nuestra vida comunitaria? Comencemos por la unidad. La conciencia de pertenencia común está muy deteriorada y se ha debilitado nuestra fuerza corporativa. Estamos más divididos que antes. Necesitamos un nuevo aristotelismo para poder reunir aquello que está disperso en política. Continuemos con los valores. ¿Hay más moralidad privada y pública que antes o el egoísmo y la corrupción invaden la actividad de los políticos, de las personas y de las organizaciones? Hemos conquistado derechos y libertades, proclaman en voz alta algunos.
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  Pero ¿se ha traducido eso en mayores niveles de seguridad de los bienes y de las personas? Lo mismo sucede con la economía que ha crecido y se ha desarrollado el bienestar surgiendo una amplia clase media pero subsisten las diferencias en el acceso a la propiedad y al disfrute de la misma. Veamos las instituciones que son los instrumentos que garantizan la libertad, la participación e igualdad de todos en democracia. ¿Son hoy tan independientes del poder político como tienen que serlo por su naturaleza y función? La justicia, la sanidad, la educación, la asistencia social, ¿se rigen por criterios racionales y objetivos o por intereses socio-económicos y políticos? La escuela y la universidad están tan desprestigiadas por su ineficacia como nunca. La juventud se encuentra desorientada si no bloqueada en sus propuestas profesionales y no tiene despejado el camino hacia el empleo siendo su horizonte de futuro cada vez más oscuro.
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 Y la familia ¿ha recuperado su dignidad, prioridad y grandeza en la formación y desarrollo de la persona humana o se ha convertido en un campo de batalla de intereses y previsiones políticas? No podemos vivir en un estado constituyente permanente. Hay que profundizar en las posibilidades no agotadas de unión y convivencia que ofrece la actual Constitución antes de pensar en cambiarla o adaptarla. Nosotros tenemos que adaptarnos a ella y no viceversa. Queda mucho camino por recorrer hasta declararla algún día inservible, extinguida o derogada. No juguemos con ella, utilizándola como arma arrojadiza de unos contra otros pues es un bien de todos y no de nadie en particular.
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