
Crisis de la razón democrática
Convertir la política en democracia y diálogo ha costado siglos enteros.
Convertir la política en democracia y dialogo ha costado siglos enteros. La liquidación o superación de los totalitarismos no ha sido fácil. Cuando uno lee la historia encuentra paralelismos sorprendentes con la situación actual. Pensemos en el Imperio Romano que era ordenación y ley. La llegada de los Bárbaros arrasando derechos, propiedades y seguridad jurídica. La unidad de Europa iniciada por Carlomagno. Las guerras civiles entre reinos, territorios y mandatarios. Viene luego el feudalismo como sometimiento y esclavitud. La Revolución Francesa como ensayo de la modernidad y descubrimiento de la libertad individual. La aparición, expansión y ocaso del marxismo y comunismo en Europa. Los procesos continuos de flujos humanos, crisis permanentes, emigraciones, deportaciones, desplazamientos y refugiados. Existe mucha repetición de fenómenos históricos y sociales.
Nos encontramos ante un nuevo Renacimiento democrático en Europa. Al estar todo tan interrelacionado en los sistemas, la llamada crisis económica lleva consigo la crisis de la democracia. Aparecen los nuevos totalitarismos en manos de jóvenes fanáticos y sectarios que quieren reformarlo todo menos la ambición y la riqueza de ellos. Avanzan sólo a base de odio y de revancha, autoritarismo y personalismo. Para eso quieren ellos la revolución. Son capaces, como decía Azaña, de someter a votación la existencia de Dios y salir rechazada por un voto.
Oyendo los discursos teóricos de ciertos jóvenes de los partidos (que no partidos jóvenes pues los populismos son muy antiguos) me resisto a pensar que su sentimiento de odio sea sólo algo convencional hecho para la ocasión. Estos odian de verdad. No tienen certidumbres, principios o certezas sino estrategias de lucha e incitación al odio. Existe, para ello, un proceso recíproco de autoalimentación. Los dirigentes políticos se odian entre sí porque hay odio entre la población y, a su vez, ésta odia incitado por los políticos. Hay que tener mucho cuidado con los sentimientos en la democracia. Algunos parecen mandatados para usar el odio como estrategia. ¿En nombre de quién se odia? Es sorprendente cómo en ciertos grupos políticos revolucionarios crecen, al mismo tiempo, la igualdad asamblearia y el fuerte personalismo jerárquico. Se legitima, al mismo tiempo, la rebelión y el autoritarismo. Conviven el carisma y la imposición a través de un falso populismo. Revolución y represión son la cara del nuevo totalitarismo marxista o populismo.
Existe el odio instalado en los ciudadanos, en las sociedades, en los grupos, en las culturas, en las religiones, en los sistemas, en los partidos. Así no se puede construir una sociedad cohesionada pues hay que cuidar los sentimientos colectivos como se cuidan los individuales.