Crisis económica, crisis democrática

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

Punto de vista
ANTONIO PAPELL, PERIODISTA
“Resulta llamativo y preocupante que el país más avanzado de la tierra no haya podido encontrar para situarlo al frente a un personaje más brillante que el romo y vulgar Bush”
”.
La derrota del plan anticrisis en el Congreso de los Estados Unidos ha sido no sólo un revés para la comunidad internacional, que ve cómo se aplaza la operación de salvamento del sistema financiero, sino también una puesta en cuestión del liderazgo político en los Estados Unidos. La ley que debía haber habilitado al Tesoro a inyectar 700.000 millones de dólares a la economía USA mediante la compra de activos contaminados fue consensuada en la noche del domingo por los líderes parlamentarios, que matizaron cuidadosamente la propuesta para diluir en lo posible la sensación de que tan colosal ayuda estaba exclusivamente encaminada a salvar Wall Street, es decir, a los ricos norteamericanos; así por ejemplo, en la última redacción del proyecto ya se contemplaban también ciertos auxilios a las familias desahuciadas por no poder pagar su hipoteca... Pero, finalmente, los congresistas, que deben dar la cara en las urnas el próximo 4 de noviembre ante los electores, se han desentendido del problema. Los demócratas hubieran podido sacar adelante la ley por sí mismos ya disponen de la mayoría absoluta, pero no han querido cargar con todo el peso de tamaña responsabilidad (140 parlamentarios votaron afirmativamente y 95 en contra). Y los republicanos han dejado a su jefe de filas, el nefasto presidente Bush, en la estacada (133 han votado en contra y sólo 65 a favor). Pero no sólo Bush ha quedado en ridículo: también ambos candidatos presidenciales, McCain y Obama, que habían pedido el “sí” al rescate.

Todo indica que los dos grandes partidos volverán a intentarlo a corto plazo ya que los síntomas de la economía norteamericana, que arrastra al sistema global hacia el pozo, son cada vez más alarmantes. Se establecerán en la propuesta nuevas cautelas, más ayudas a la sociedad civil, y quizá en breve plazo podamos respirar con cierto alivio. Pero lo sucedido dejará huella porque ha constatado un doble fracaso: el de un modelo capitalista sin frenos ni controles que ha entrado en crisis y que no puede sobrevivir sin la exorbitante ayuda del sector público, y el de un sistema democrático magmático e inoperante en que los representantes populares, desprestigiados, están más atentos a su propia popularidad en la circunscripción que los sostiene que a los grandes asuntos de Estado en que su país se juega el ser o no ser. Es evidente, en todo caso, que el liderazgo que ahora se echa en falta no ha de provenir tan sólo de la representación otorgada: requiere ciertas aptitudes superiores que, manifiestamente, Bush no posee. Resulta llamativo y preocupante que el país más avanzado de la tierra, no sólo en lo material sino también en lo intelectual, no haya podido encontrar para situarlo al frente a un personaje más brillante que el romo y vulgar Bush.

La inquietante impotencia norteamericana para frenar la crisis, que ha repercutido contundentemente sobre todo el planeta en forma de quiebras en cadena, salvamentos a la desesperada de instituciones tambaleantes, hundimiento de las bolsas e incertidumbre general, pone además de manifiesto la impotencia de la comunidad internacional para sostenerse en pie cuando vacila el gigante norteamericano. Europa, incapaz hasta ahora de llevar a cabo una verdadera integración que pudiera ser gestionada mediante una única política económica, es evidentemente una entelequia, incapaz de salir en socorro del deterioro USA o de mantener cierta autonomía con respecto a las crisis trasatlánticas. Infortunadamente, sigue siendo cierto que cuando los Estados Unidos se resfrían, Europa coge una pulmonía. Las tentativas de ofrecer una respuesta a la crisis, ahora emprendidas por Sarkozy, son más gestos para tranquilizar a la opinión pública que decisiones reales para enfrentar con decisión y solvencia el problema.

Es evidente que los Estados Unidos deben rectificar, ordenando, regulando y supervisando su sistema financiero. Y también lo es que los demás actores de la globalización –Europa incluida- no seremos consultados siquiera en la implementación de tal reforma. Obviamente, aunque el inquilino de la Casa Blanca sea en realidad el amo del mundo, sólo los norteamericanos lo eligen. Pero sí ha de avanzarse hacia un modelo cooperativo que obligue a todos los actores del mercado global a adoptar determinadas pautas y cautelas, a garantizar la solvencia de las instituciones, a establecer unas reglas de juego que den cierta seguridad al sistema. El G-8, que ha sido apenas hasta ahora un entretenido club de diálogo, debería tener de entrada, en adelante, un papel más incisivo y hasta cierto punto vinculante. Si la globalización es un hecho, si han desaparecido las fronteras económicas y mediáticas, resulta que no es sostenible un sistema en que la dejación del socio principal produzca una catástrofe. La democracia, que tiene hasta ahora su sentido en el seno de cada nación, debe encontrar poco a poco significado a escala planetaria.