¿Crisis, que crisis?

02/08/2011 - 00:00 Luis Orgaz

Crisis? What crisis? Rezaba un rótulo en una tienda de ropa en la localidad onubense de Punta Umbría. Un reclamo publicitario muy ocurrente que indicaba rebajas y precios excepcionales y que denotaba que sus autores tenían las ideas muy claras en relación con sus objetivos comerciales. Crisis? What crisis?
 
    Parecen repetir del mismo modo los políticos que gobiernan nuestra sociedad y no tienen nada claro de que crisis se trata y como salir de ella. Alguno, como nuestro ínclito y ya efímero presidente ZP, no la encontraba y cuando se topó con ella, gracias a las amables indicaciones de Obama y Merkel, no supo por donde cogerla y ni siquiera si era una crisis de verdad o una mera especulación antipatriótica. En esa situación estamos y no parece que ninguno acabe de encontrar el meollo de la cuestión y sea capaz de mirar más allá de los árboles para ver, por fin, el bosque. Y es que no acaban de darse cuenta de que el mundo ha cambiado y que hasta los americanos están a punto de cerrar por falta de numerario, y que casi todas las cosas que hoy tenemos en nuestras manos están fabricadas en China o países aledaños.
 
   Antaño, en pueblos castellanos como Sonseca o Fuensalida, sobraba el trabajo fabricando prendas de vestir o calzado, pero hoy los talleres se llenan de telarañas ante la contundente competencia de estos países orientales que ofrecen mano de obra barata y tecnología más que suficiente para inundarnos de todo tipo de objetos o bienes de equipo. Los políticos que nos gobiernan parecen andar estupefactos ante este hecho imposible de superar y ofrecen alternativas que no pasan de invertir en servicios al ciudadano y aplicar paños calientes en forma de subvenciones y ayudas asistenciales, lo cual está bien, dado que nos encontramos en un “estado del bienestar y garantista”, pero no ofrece soluciones ni a medio ni a largo plazo a nuestra maltrecha hacienda y anuncia nuevas tormentas en el plano económico.
 
   La clave y solución se encuentra en desarrollar la idea que se encierra en la frase “ cambiar el tejido productivo ”, adaptarse a la situación real en que se desenvuelve el mundo y hacerlo lo antes posible, con celeridad, pero “con cabeza”. Es preciso explotar al máximo los sectores que por nuestra situación en el mundo nos corresponden, es decir, la creación innovadora (investigación), la fabricación de componentes especiales que dependen directamente de lo anterior y las líneas de comercialización a corta, media y larga distancia de cualquier tipo de producto. Algo se ha hecho y sectores como el energético y el de comunicación ya están siendo explotados de forma más o menos conveniente, pero no es suficiente y debemos ampliar y abrir nuevos caminos, buscando, como antes mencionaba, ocupar dignamente el lugar que nos corresponde y abrir alternativas que respondan a estas situaciones críticas y cíclicas.
 
   Incumbe a los políticos ordenar este proceso que, por supuesto, ni es corto ni es fácil, y para empezar deben buscar “pactos de progreso” que impliquen a fuerzas sociales y económicas y les permitan trazar una hoja de ruta consensuada, hacerla pública y reconocer su necesario cumplimiento. Pero para ello debe cambiar el modelo de político gobernante que hasta ahora hemos venido sufriendo en España, un político interesado por el cortoplacismo y esclavo de la búsqueda del voto para mantenerse en el poder a toda costa. La sociedad debe ser más crítica con este tipo de político y negarle su confianza, avanzando hacia una política dirigida por profesionales y con fuertes mecanismos de control para evitar sus excesos o abusos. Sin embargo no debemos descuidar la base y primer pilar en el que se debe fundamentar el progreso: La Educación.
 
    El sistema educativo español es nefasto, ha convertido en víctimas a millones de españoles y ha hecho difícil la recuperación económica. Sin una educación de calidad no se pueden lograr los objetivos antes enunciados: investigación, especialización y comercialización, y nos vemos abocados a mantenernos a la cola de los países occidentales. Una Universidad plagada de clientelismo, favoritismo y derroche, complaciente con su profesorado y en la que los objetivos principales se basen en impartir un puñado de clases, justificando la labor investigadora con trabajos sin repercusión social ni económica, no es lo que debe ser, es decir, el motor de la innovación y la creación.
 
   Es preciso un cambio radical que debe venir marcado por reformas profundas del sistema educativo y universitario que permitan formar a nuestros jóvenes en un buen ambiente de trabajo, adaptado a cada característica y a cada necesidad del propio alumnado, con suficiente oferta de plazas de formación profesional, bachillerato de largo duración y verdaderamente preparatorio, formación en idiomas mediante la dotación de medios y recursos humanos adecuados, la formación y control del profesorado para que se dirija hacia los objetivos precisos, y unas universidades que realmente formen e investiguen, convirtiéndose en la base del progreso. Sin estas premisas no es posible afrontar el difícil panorama que se nos presenta, y sin unos políticos que realmente crean que su cometido no es el ganar dinero y prebendas, sino servir a la sociedad, el progreso es imposible.