Cuaresma

09/03/2014 - 23:00 Atilano Rodríguez

Un año más, con la imposición de la ceniza, los cristianos iniciamos el itinerario cuaresmal. Durante este tiempo de gracia y de salvación, la Iglesia nos invita con especial insistencia a meditar la Palabra de Dios para reorientar nuestros pasos en el seguimiento de Jesucristo y en el amor a nuestros semejantes. Esta conversión a Dios y a los hermanos tiene que ayudarnos a centrar nuestra oración y a revisar nuestras actitudes y comportamientos. Para dar pasos seguros en este camino de conversión, el Papa Francisco nos pide que pongamos los ojos del corazón en Cristo, «el cual, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (II Cor 8,9).
 Estas palabras, escritas por el apóstol Pablo, transformaron en su día el corazón de los cristianos de Corinto y les impulsaron a responder con generosidad a las necesidades materiales de los hermanos de Jerusalén. Pero, con estas enseñanzas, San Pablo quiere recordarnos sobre todo el modo de actuar de Dios, que no busca el poder y las riquezas de este mundo para mostrarnos su amor y ofrecernos su salvación, sino que sigue el camino de la humildad y la pobreza. Jesucristo, igual al Padre en poder y gloria, se hizo uno de nosotros en todo menos en el pecado, se acercó a cada ser humano para curar sus heridas y perdonar sus pecados. Durante los años de su vida pública, Jesús nunca dejó de mostrar el amor, la misericordia, la solidaridad y la compasión del Padre celestial hacia todos sus hijos, llegando hasta el extremo de asumir la muerte para el perdón de los pecados.
Estos comportamientos del Señor no están condicionados por la filantropía o la piedad, sino porque quiere enriquecernos con su pobreza, haciéndonos hijos de Dios y partícipes de la vida divina. Esta riqueza de Dios, mostrada en la persona de Cristo, la Iglesia tiene el encargo de ofrecerla a todos los hombres con medios pobres, como son la Palabra y los Sacramentos. Por medio de los pobres signos sacramentales, Jesús sigue acercándose a nosotros para recordarnos el amor de Dios, para curar las heridas provocadas por el pecado, para regalarnos la vida divina y para devolvernos la alegría de su presencia.
A imitación de Cristo, los cristianos, además de acoger su amor en la escucha de la Palabra y de recibir su perdón en los sacramentos, tenemos la responsabilidad de ofrecer su salvación a quienes viven en la miseria espiritual por desconocer el amor de Dios, a quienes sufren la miseria material por no tener lo necesario para comer y a quienes experimentan la pobreza humana al verse arrastrados por el pecado. Pidamos al Señor que nos ayude a permanecer atentos a las pobrezas de nuestros semejantes y a tocarlas para practicar la misericordia con ellos y para paliar, en la medida de nuestras posibilidades, las pobrezas y carencias de los hermanos necesitados. En esta aproximación a los más pobres, no olvidemos nunca que Jesús, además de hacerse pobre, se identificó con los últimos, recordándonos a sus seguidores que «hemos de darles de comer». Feliz tiempo cuaresmal y que el Señor nos acompañe en el camino.