Cuentos chinos

17/04/2020 - 13:05 Jesús de Andrés

Pero no sólo miente China. A nuestro alrededor todos maquillan las cifras oficiales para -supuestamente- no ver afectada su industria, su futuro turismo o su ubicación en el tablero mundial. 

Desde que se inició esta pesadilla estamos envueltos en la sospecha, en el recelo de lo que unos y otros nos cuentan, en un estado de permanente suspicacia. Los países se miran desconfiados, sabiendo que esta pandemia se mueve en un escenario geopolítico en el que, más allá de las declaraciones institucionales, hay grandes intereses en juego, la necesidad de posicionarse en el futuro por delante de los demás. De ahí que prolifere la mentira. Se está jugando a un juego en el que decir la verdad está penalizado. En China, donde surgió el coronavirus, los muertos oficiales -en el momento de escribir estas líneas- han sido 3.552. Teniendo en cuenta que el virus tardó semanas en detectarse, que en un primer momento no sabían a qué se enfrentaban y, sobre todo, conociendo las consecuencias que su expansión ha tenido en otros países, esa cifra resulta ridícula. Cuando Italia ha sobrepasado los 21.500 fallecidos, España los 19.000 y Francia los 17.000, seguir manteniendo que en China tan sólo hubo poco más de 3.500 muertos es una mentira insostenible que nadie cree. Para que se hagan una idea, es apenas el doble de los fallecidos en Castilla-La Mancha, que casi llega a los 1.800, con la diferencia de que nuestra comunidad autónoma apenas supera los dos millones de habitantes y China casi alcanza los 1.500. Según esos datos, ha habido más muertos ya en Cataluña que en China, y a Madrid le falta poco para duplicarlos. Son las ventajas de ser una dictadura de partido único: desde dentro nadie rechista por la cuenta que les trae. Y desde fuera todos miran para otro lado por miedo a su poder económico.

Pero no sólo miente China. A nuestro alrededor todos maquillan las cifras oficiales para -supuestamente- no ver afectada su industria, su futuro turismo o su ubicación en el tablero mundial. Así, Francia ha incrementado notablemente sus cifras al incorporar a los fallecidos en las residencias de mayores. Si aquí no se les hubiera contabilizado, tendríamos 12.000 menos, las dos terceras partes que han muerto en residencias ligadas a nuestros servicios sociales. En Alemania, donde no se realizan pruebas a personas fallecidas, sólo contabilizan aquellas a las que previamente se había realizado la prueba y dado positivo. En el Reino Unido tardaron semanas en poner en marcha el contador, por lo que en sus datos faltan cientos de casos que no fueron nunca sumados.

Y a todo esto, nuestros mayores muriendo en soledad, sin sus seres queridos, tratados como números de una estadística que todos tratan de utilizar. Pero no son datos, no son porcentajes que alimentan las ansías de alcanzar o conservar el poder. Son seres humanos con nombre y apellido a los que, una vez finalice este horror, habrá que rendir homenaje.