De Cánovas y Sagasta al gobierno Frankstein

02/08/2019 - 12:03 Emilio Fernández Galiano

La estabilidad se ha roto en las últimas elecciones generales y las anteriores, con la aparición de grupos que han dinamitado el turnismo canovista.

En ese recatado espíritu que nos impide ensalzar lo bueno de nuestro pasado y presente, en ese complejo legendario donde embadurnamos de betún todos nuestros metales preciosos, en esa obsesión por no aceptarnos como somos ignorando nuestras virtudes y ensalzando nuestras miserias, en ese despropósito, digo, caemos en la cíclica tentación de derribar lo bien construido entrando en el salón con la demoledora puesta. Y de esos polvos vienen estos lodos.

Tras la restauración monárquica, en 1875 se aprobó la primera Constitución que reconocía la monarquía parlamentaria como forma política de nuestro Estado, de aquélla manera, porque el voto universal del hombre no llegó hasta algo más tarde. Pero en sí misma, como ordenamiento jurídico y carta magna era uno de las más avanzadas de Europa. Antonio Cánovas del Castillo, en una visión de Estado que ya quisieran muchos de los políticos actuales, acordó crear con su oponente político, Práxedes Mateo Sagasta, con el que mantenía buenas relaciones personales, lo que técnicamente se llamó el turnismo en la jefatura del Gobierno. Para ello, ambos estadistas consolidaron en el Pacto de El Pardo, dos grandes partidos, el Conservador y el Liberal, con el fin de que ambas opciones acapararan buena parte del bisoño electorado español del momento. De esta forma, se aplacaron las revueltas carlistas y y los conatos republicanos, disfrutando España de uno de los periodos más largos de estabilidad política.

Tras la Transición española, y una vez extinguido UCD tras articular el cambio y habiendo cumplido su misión, la derecha moderada y un socialismo de corte socialdemócrata, se alternaron en el poder bajo los dos grandes bloques, el PP y el PSOE. El esfuerzo de sendos grupos no fue liviano pues, como en la época de Cánovas y Sagasta, muchas eran las vías de agua que hacían peligrar la estabilidad del Estado, principalmente el terrorismo y el auge de los partidos nacionalistas. Con todo, desde 1981, España ha gozado de una estabilidad y prosperidad sin precedentes.

Dicha estabilidad se ha roto en las últimas elecciones generales, y en las anteriores, con la aparición de nuevos grupos que han dinamitado el turnismo canovista convirtiendo el parlamento en un inmenso tío vivo donde los caballitos, como el de Pavía, cabalgan sin destino buscando su abrevadero de cargos. 

Llevamos demasiado tiempo en una inacción preocupante, un vacío de poder que impide el ritmo normal de un ejecutivo en funciones (en función de qué) y un legislativo que no legisla. Son las consecuencias de la rotura de una presa llamada bipartidismo. Pero que almacenaba y repartía agua cuando era necesario. En este país tan secano. En breve aparecerá el monstruo. Frankenstein.